LA CARCEL EMOCIONAL

La mayoría de nosotros vivimos en una cárcel emocional porque queremos ser buenos... Nos rodeamos de una serie de suposiciones sobre el "deber ser" que a menudo poco o nada tienen que ver con nuestros deseos y habilidades.
Como consecuencia de esto último, casi siempre acabamos en frustración, fracaso o desilusión.
Los seres humanos no podemos dominar factores como el clima y otros fenómenos de la naturaleza que suceden a espaldas de nosotros; podemos, sin embargo, aprender a enfrentar ciertas cosas que no controlamos. Por falta de conocimiento, imaginación o información hemos construido enormes barreras a nuestro alrededor que nos impiden valorar nuestras verdaderas posibilidades.
Desafortunadamente, nuestras barreras interiores están íntimamente ligadas con las exteriores, de manera que si nos sentimos atrapados por dentro, por lo general tenemos muy poca energía para resolver lo que ocurre en el mundo exterior con cierta creatividad. Además contamos con carceleros interiores, nuestros temores, que se encargan de paralizarnos cada vez que una acción es necesaria. Si tenemos miedo, no nos movemos. Estos carceleros, por supuesto, se alimentan de nuestras propias maquinaciones y han crecido, por lo general, de lo que alguna vez nos amenazó en nuestro pasado -figuras de autoridad-, por ejemplo, de las que todavía no podemos desprendernos.
Nuestros carceleros se encargan también de que no nos sintamos amados o valorados. Por lo tanto, en nuestra cárcel interior no existe la oportunidad de intentar otras posibilidades.
Una manera de liberarnos de nuestra cárcel emocional es pensar: "Para mí hay algo más que esto y me arriesgaré a averiguar qué es". Esta frase sencilla conduce a la esperanza, la cual lleva al encuentro de posibilidades nuevas. Siempre estamos tratando de liberarnos de la cárcel de nuestras emociones. La mayor parte del tiempo es una tarea incómoda. Por lo general lo intentamos rogando, amenazando o complaciendo personas, en la esperanza de que sean otros los que nos resuelvan nuestro problema. Esto tendría sentido si nuestros carceleros habitaran fuera de nosotros. Pero esto no ocurre así. Debemos entonces arriesgarnos a analizar la manera en que trabajan nuestros pensamientos y sentimientos, nuestro cuerpo y nuestra alma. De este análisis surgirán, sin duda, creencias que podemos cuestionar a medida que vayamos descubriéndolas.
Una vez liberado de viejas creencias que ya no sirven en nuestra vida, se avanza hacia un territorio desconocido del cual no existe mapa. Cada uno lo traza conforme camina. En esto consiste el riesgo y el desafío. Como todo el que se abre camino en la selva, se puede partir del punto que se desea. Un lugar parecerá prometedor. Una vez allí, puede no llenar nuestras expectativas y será necesario tomar otra dirección. Si se llega al lugar correcto, podemos encontrar que da más de lo esperado y que, como resultado, muchas puertas se abren. Todo esto forma parte del descubrimiento. No hay una ruta determinada que se pueda trazar con anticipación. Sólo se sabe dónde se ha estado una vez que se llega ahí.
Muchas personas pierden batallas externas porque gastan su energía interior. Nuestra vida interna y nuestras acciones exteriores están relacionadas. Uno alimenta a la otra. De niños, la mayoría de nosotros aprendimos a conformarnos y a ser obedientes. Cualquier dolor que tuvimos lo guardamos, creyendo que eran cosas de la vida. Así nació nuestra cárcel emocional. Cuestionar lo que está en nuestra cárcel es un paso grande. Nos pone ante lo desconocido.
La lucha es difícil y el camino a seguir no siempre está a la vista. Sin embargo, si logramos convertirnos en exploradores al servicio de nosotros mismos, nos liberaremos y haremos posible el avance hacia un futuro mejor.

"Todos merecemos una mejor calidad de vida..."

Autora: Lic. Monica Agras.