El Habano:
Un cuento sobre Protección Energética
Carlos, de pronto, sintió que volvía 20 años en el tiempo, la situación tenía para él algo de muy familiar que no podía explicar.
Poco a poco las imágenes en su mente comenzaron a aclararse y se vio en el pequeño departamento que tenía con su esposa. También vio a su tía que estaba entrando alegremente. Era una de sus habituales visitas a la nueva parejita de recién casados. Era de noche y estaban empezando a cenar.
- Hola Tía Paula - dijo Carlos, feliz de verla.
- Hola Carlos, hola Marta, -contestó ella, mientras sacaba de su cartera el habano con alegría.
- ¡Qué tía tan particular tengo!, -pensó-, le gusta fumar habanos.
Fue cuando comenzaron a cenar que sintió la primer bocanada de humo que su tía le arrojaba en la cara. Ella acababa de encender el cigarro y los miraba comer con aire distraído mientras seguía fumando.
Carlos tosió y tragó como pudo el bocado impregnado de humo. Marta huyó a la cocina.
Realmente el olor del tabaco lo descomponía, además el médico le había recomendado expresamente mantenerse alejado del cigarrillo, pues sus pulmones eran muy delicados.
Carlos volvió a toser y pensó:
- ¿Cómo le digo a mi dulce tía que no fume delante de mí?. Podría ofenderse, y además yo sería incapaz de hacer algo que pudiese provocarle el menor disgusto.
Mientras la tía seguía fumando y envolviendo a la habitación con una nube de humo muy denso, Carlos se dejó llevar por la nube y volvió muy despacio a su presente. Miró el cartelito en la mesa del bar que decía "mesa para no fumadores" y pensó que actualmente había en los bares sectores para no fumadores. En los negocios la gente también ponía carteles afirmando su derecho a respirar aire puro.
- Es más, -continuó pensando- actualmente las personas antes de encender un cigarrillo preguntan si a uno le molesta el humo. Indudablemente la cultura había cambiado mucho- se reafirmó.
Sus pensamientos volaron y se imaginó nuevamente la escena con la tía:
- Sería todo distinto.. -se dijo- Seguramente ella no fumaría mientras yo como, y si, sin darse cuenta, encendiese uno de sus habanos preferidos, yo proclamaría de inmediato y con naturalidad que el humo no es bueno para mí, y ella con una sonrisa de aceptación y dulzura, lo apagaría, mientras...
Su mente se dispersó de nuevo y a Carlos le pareció que estaba navegando en el mar mientras escuchaba una voz a lo lejos que le hablaba. De pronto una ola inmensa y helada lo sorprendió y lo sumergió en el mar. Un escalofrío lo estremeció y volvió en sí.
Pepe, su amigo, estaba delante de él. Estaba hablando de la desgracia que le había pasado a alguien, trató de entender, algo terrible le había sucedido en algún lugar a alguna persona que él no conocía.
Eso lo había estremecido. A Carlos no le gustaba escuchar como Pepe permanentemente llevaba las conversaciones a temas desagradables: accidentes, enfermedades, problemas económicos... La lista de calamidades a la que Pepe recurría para fundar su conversación parecía interminable. Carlos podía sentir la energía negativa que Pepe emitía cada vez que tocaba esos temas. Pero ¿qué podía hacer?. ¡Pepe era tan querible!.
Fue en ese momento, cuando Carlos tomó conciencia de la semejanza.
La conversación de Pepe le recordaba a su tía Paula cuando, veinte años atrás, le arrojaba el humo en la cara. Percibía claramente que los efectos eran similares.
- Pero al menos, -se dijo- con mi tía puedo mover un poco la mano y alejar la nube de humo.
Pero con Pepe estaba indefenso, mientras la energía negativa seguía brotando de su boca, como bocanadas de humo negro de un viejo camión gasolero.
- En el fondo nada ha cambiado, -pensó-, antes era mi tía que me tiraba el humo sin darse cuenta, ahora lo hace mi mejor amigo.
Estaba aceptando esa energía negativa como había aceptado con resignación, veinte años atrás, el humo en la cara.
Se decía respecto a Pepe, lo mismo que en su momento había pensado de su tía:
- ¡Cómo no lo voy a escuchar!. ¿Cómo decirle sin ofenderlo, que no quiero que me arroje en la cara esa energía negativa?.
Carlos se sentía cada vez más abatido y buscó, nuevamente, abstraerse de la conversación de Pepe, mientras jugaba con el cartelito de "no fumar".
Sentía que se hundía dentro de sí mismo. Caía dentro de un pozo oscuro y sin fin, mientras pensaba:
- Quizá tendré que esperar veinte años para que la cultura cambie.
Esperar veinte años para que los médicos hagan estudios más profundos y descubran que el decir continuamente a la cara del otro palabras negativas es dañino para la salud.
Esperar veinte años, para que se dicte una ordenanza que obligue a los bares a contar con un sector de mesas para aquellos que deseen hablar con energía positiva.
Pensó incluso que el cartelito en la mesa podría decir algo así como "Mesa para no negativos".
- Quizá ese día, -siguió pensando-, la gente que desee respirar energía pura le pueda decir al emisor de energía negativa: Por favor no me tires esa energía en la cara".
También se imaginó a una persona negativa que antes de contarle a otro la desgracia que le sucedió a un primo del tío del abuelo del vecino, le preguntara: ¿no te molesta que te llene el lugar de energía negativa?.
Aunque éste último pensamiento lo divirtió, seguía hundiéndose en el pozo, mientras su mente le repetía: "Tendrás que esperar veinte años".
Estaba tan absorto en esos pensamientos que Pepe tuvo que repetir tres veces la pregunta:
- ¿Qué te pasa?.
Carlos salió de golpe a la superficie aturdido, y dijo:
- ¿Cómo qué me pasa?.
- Es que, a medida que te hablo, veo que te estás poniendo cada vez más pálido, -argumentó Pepe y agregó- ¿Te sentís enfermo?.
Carlos lo miró a los ojos y con cierto pesar dijo:
- No es nada, pero por hoy hablemos de otro tema. Quizás podrías contarme qué te pasó ayer de hermoso.
Pepe luego de recapitular, preocupado, los sucesos del día anterior dijo sorprendido:
- Es cierto, ayer me pasó algo hermoso con mi hijo Diego, pero ¿cómo lo sabías?. Si yo no se lo dije a nadie y es más, ¡ya me había olvidado de lo sucedido!.
El rostro de Pepe mostraba todavía sus rasgos habituales: la boca tensa, la mandíbula apretada, el ceño fruncido. Pero a medida que recordaba lo sucedido con su hijo, se iba distendiendo, endulzando, aflojando. Era como que se le iluminaba el rostro.
A Carlos le pareció ver el rostro de Pepe apareciendo en el horizonte como un sol de primavera que todo lo ilumina. Era fácil percibir cómo se expandía su energía.
Y mientras Pepe seguía contando entusiasmado lo sucedido y de ese modo revivía la escena con su hijo, el lugar se llenaba de amor y paz. Y los colores iban volviendo a la cara de Carlos.
Fue entonces cuando Carlos se concentró en sentir y disfrutar la cálida sensación que le producía de la energía positiva que emitía Pepe y que entraba en su cuerpo, armonizándolo.
Y mientras una profunda alegría inundaba su ser, pensó:
- ¡Quizá no sea necesario esperar veinte años!.
Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.
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