¿Y AHORA QUÉ HAGO?

El tiempo ha pasado, desde diciembre que no nos comunicamos, el tiempo ha pasado, el verano finaliza, otra temporada comienza.
Un tiempo que aparecerá en los libros de Historia Argentina. Uno de esos tiempos sobre los cuales nuestros nietos nos preguntarán intrigados:
- Abuelo, ¿qué pasó?.
Imaginemos ese escenario en el futuro. La escena transcurre plácidamente, es el año 2023. Nuestro nieto nos hace la pregunta:
- ¿Qué hiciste abuelo -o abuela en su caso- durante esos meses tremendos?.
- Querido nieto... durante ese tiempo yo... -y el abuelo luego de aclararse la garganta, como buscando tiempo para pensar la respuesta, contestó- yo me pregunté: ¿y ahora qué hago?.
Era la pregunta que todos los argentinos nos hacíamos.
Y el abuelo se acomodó en el sillón.
- Habíamos sentido, quizás por primera vez una inseguridad distinta. Una que se metía en los huesos, como el frío de agosto luego de esos largos inviernos que parecen enfurecerse con nosotros tratando de sacarnos de esta vida. Y ese frío, en pleno febrero, se había instalado en nosotros. Ya no se trataba de la inseguridad propia de la situación laboral, ni la perspectiva de un futuro mejor, tan necesaria para el ser humano. Se trataba de la sensación de ser SAQUEADO.
Y negando con la mano derecha, agregó:
- No hablo del eventual saqueo de los hogares. Se trataba del saqueo de algo mucho más importante -en tono íntimo, continuó en voz baja- en esa época, en ese verano nos quitaron la seguridad de vivir en un pueblo de hermanos… La gente se miraba con aire desconfiado por la calle… Habíamos perdido esa misma seguridad que los norteamericanos habían perdido el 11 de septiembre.
También, como ellos, y por distintos motivos, habíamos perdido la inocencia. Aquella que nos hace ver con ojos de niños lo que está pasando alrededor nuestro.
Y el abuelo se preguntó a sí mismo: "¿esto implicó algo negativo?.
- No necesariamente -se contestó, mientras sus ojos giraban hacia su izquierda buscando en el pasado, la respuesta-.
Luego, pensativo, agregó:
- Dicen que la pérdida de la inocencia nos quita del mundo de los niños, nos arranca de un mundo de contención y nos traslada al mundo de los adultos. Fue una época muy especial, pues a todos nos afectó, pero dado que somos humanos, las reacciones fueron diversas. Hubo un grupo, eran aquellos que querían seguir siendo niños. Para ellos el cambio fue terrible: implicaba algo amenazador que los colocaba en un mundo que parecía no ser para ellos. Buscaron entonces desesperadamente un papá que les dijese qué hacer, que los protegiese de las inclemencias del entorno… Hubo otro grupo, un grupo que se deprimió intensamente. Ese grupo quería quedarse en cama, cerrar las cortinas, bajar las persianas de las ventanas, apagar la luz, huir del mundo... Pero hubo otro grupo. Aquellos que aceptaron el desafío, para ellos fue distinto.
Y el rostro del abuelo se iluminó.
- Muchos de los que creíamos ser adultos, nos dimos cuenta de todo lo que nos faltaba crecer todavía. Necesitábamos convertirnos en hombres, y mujeres más adultos que los adultos -el abuelo se rió de su juego de palabras-.
- Descubrimos que ese mundo, que creíamos conocer, se había convertido en un Caos, había cambiado. Era un mundo distinto, lleno de lugares nuevos, en los cuales los mapas que teníamos, las herramientas que sabíamos manejar no servían, no eran suficientes. Necesitábamos otros instrumentos. También nos dimos cuenta que nuestros comportamientos adquiridos, nuestros modos de pensar, no eran ya suficientes abarcativos. Ya no eran válidos para el nuevo mundo.
Y con entusiasmo agregó:
- Si nada hubiese cambiado. Si ese verano terrible no hubiese llegado a nosotros, yo podría haber seguido haciendo lo mismo, y hubiese seguido obteniendo lo mismo… Pero dicen que "los caminos de Dios son inescrutables", sólo él sabe por qué somete a un pueblo a determinadas pruebas. Y para superar esas pruebas, tuvimos que exigirnos. No fue fácil sacar el roble contenido en la bellota: dolió.
Con su rostro entristecido, agregó:
- Por desgracia, muchos de los grandes avances de la humanidad, muchos de los descubrimientos científicos, se realizaron en momento de guerra. En esos momentos en que el espíritu humano es sometido a las mayores tensiones, es cuando nos exigimos más allá de lo que creíamos que nuestras fuerzas podrían permitirlo.
Y mirando a los ojos del nieto, le preguntó con tono alegre:
- ¿Te conté la historia de la debilucha mamá y el pesado automóvil?.
De nuevo sin esperar respuesta siguió hablando:
- Resulta que al hijo tratando de cambiar un neumático, se le cae el "críquet" que sostenía el automóvil. Entonces quedó atrapado debajo de 1.200 kilogramos de metal. Ella se dio cuenta de inmediato que, en pocos segundos, su hijo sería aplastado inexorablemente. ¿Y qué hizo ella?. ¿Se quedó llorando a su lado?. NO. ¿Salió a buscar gente que la ayudara?. NO, pues no había tiempo... Ella sola, sabe Dios de dónde, sacó fuerzas colosales, y levantó con sus brazos el pesado rodado. Lo hizo durante quince segundos casi eternos, y esto permitió que su hijo se liberara del fatal destino... ¿De dónde surgió esa fuerza?. El saber popular tiene una frase especial para esto: "sólo Dios sabe". Se discute el origen de esa fuerza interior, pero hay consenso de que existe. La realidad es que no sabemos cómo llegar a ella en momentos normales. Pero allí está esperándonos, para "la gran causa". Y en ese momento de Argentina la "gran causa" había llegado... ¿Y ahora qué?, me preguntaba en esos momentos de oscuridad. No había muchas opciones. Podía haberme deprimido, quedarme en cama, cerrar las cortinas, bajar las persianas, huir del mundo, podía haber buscado al papá protector, o podía aceptar el desafío y levantarme para "la gran causa". Y eso hice.

Ahora dejemos al abuelo y a su nieto en la paz de ese hogar, y volvamos al presente: el tiempo ha pasado, el verano finaliza, otra temporada comienza... Estoy en Argentina, año 2002, un año histórico. Me pregunto: ¿podré aceptar el desafío?. ¿Podré encontrar esa misteriosa fuerza interior?. O ¿bajaré las cortinas a la vida?. ¿Y ahora qué hago?. Es la gran pregunta.


Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.