LA RUEDA DE LA FORTUNA

¿Quién no se ha detenido a observar las aspas de un molino? Si las observamos en una ilustración, en una fotografía, en un cuadro, las veremos inmóviles. Pero sabemos que ellas giran permanentemente y en el campo es bastante habitual que algún pájaro se pose en ellas y se deje llevar un rato por su movimiento, o a veces algún objeto arrastrado por el viento se engancha en estas aspas y queda así incorporado ininterrumpidamente a su girar.
¿Pero que hay detrás de este molino? Si por un momento dejamos fija nuestra mirada en sus aspas giratorias emergerá la imagen de La Rueda de la Fortuna. Cuan misteriosa es, ¿verdad?.
¿Con qué podemos relacionar su eterno movimiento? Quizás la primera relación que podamos hacer sea con el girar de las manecillas del reloj, y de allí en más con el eterno suceder del día que sigue a la noche para dar paso luego nuevamente al día.
O podemos observar el transitar de la Luna en el cielo, que de la invisible Luna Nueva va creciendo hacia su primer cuarto, para luego transformarse en la fértil Luna Llena, y comenzar después su proceso decreciente hasta llegar a ser menguante para desaparecer luego e iniciar su nuevo ciclo en la próxima Luna Nueva. O bien prestemos atención al ciclo de las estaciones con el verano que sigue a la primavera, para ser sucedido por el otoño que anuncia el invierno y que renacerá luego en una próxima primavera y así eternamente. Sí, de alguna manera La Rueda de la Fortuna nos remite a la Naturaleza y sus eternos ciclos. Es en definitiva una representación simbólica de la Vida.
Sus orígenes los encontraremos en la más remota antigüedad. Desde los tiempos de la Gran Diosa, cuando el hombre no sabía que esta transformación cíclica de la Naturaleza, de la cual dependía su vida entera, era automática, sino que creía que debía ser generada por él mismo a través de alguna ceremonia especial, y así al mediar cada invierno, invocaba el renacer de la primavera sacrificando al viejo rey para dar la bienvenida al joven que reinaría hasta la llegada del próximo invierno, y así asegurar su supervivencia.
La encontramos también entre los griegos, para quienes el eje del mundo estaba sometido a los designios de la Madre Noche y sus hijas las Erinias: Cloto, Laquesis y Atropos, quienes en su rueca hilaban el hilo de la vida y destino humanos y hasta el de los dioses, determinaban su longitud y luego lo cortaban.
Ya en la Edad Media, el Tarot Visconti o el Sforza, vuelven a hacer referencia al ciego poder de lo inexorable, al mostrar a un otrora poderoso rey, aplastado ahora su orgullo bajo la Rueda de la Fortuna, gobernada por una mujer que lleva los ojos vendados.
Si observamos La Rueda de la Fortuna de Tarots más modernos veremos que lo primero que llama nuestra atención es la ausencia de figura humana. Es el primer arcano que no muestra al ser humano, ni en sus versiones más cotidianas y accesibles, como Los Enamorados o El Carro, o aquellas otras endiosadas y todopoderosas, como La Emperatriz o El Emperador. En cambio en ellos vemos extraños seres colgados de la rueda girando con ella, en algunos Tarots vemos una serpiente, un chacal, que nos recuerdan a Seth y Anubis, los dioses egipcios, en otros Tarots estas figuras parecen perros o monos. Pero siempre la imagen es la misma, están colgados de la rueda, alguno cabeza abajo otro cabeza arriba, girando en ella sin posibilidad de hacer otra cosa más que seguir su eterno movimiento circular. Movimiento circular que desde un lugar representa el eterno suceder de los acontecimientos, pero también siguiendo a los hindúes podríamos decir que es el eterno suceder de las encarnaciones, el ciclo de la Vida-Muerte-Vida.
En todos estos modernos Tarots, hay una esfinge posada sobre la rueda, no está dentro de ello, no gira con ella, sólo preside, controla, observa su incesante movimiento. Para los egipcios la esfinge representaba al dios Horus, dios de la resurrección, pero aquí también representa a las Grandes Diosas de los antiguos, aquellas que regían el misterio de la Vida y el Destino.
La Rueda de la Fortuna tiene que ver con la Vida y su eterno cambio, y nuevamente nos lleva a la polaridad: a veces parecería que llegamos a la cima de una experiencia, para comprobar después que la rueda ha girado y tocamos el fondo de esa misma experiencia, a veces nos quedamos pegados al pasado, pero un nuevo giro nos acerca al presente, que en pocos instantes más será nuevamente pasado. De alguna manera todos quisiéramos dar una vuelta más para vislumbrar nuestro futuro, pero éste nos está vedado, sólo lo podremos descubrir en nuestro girar.
Para poder comprender a LA Rueda de la Fortuna como símbolo del Karma, de la Vida-Muerte-Vida, tendríamos que estar fuera de ella. Pero estamos inmersos en ella, giramos con ella. Su circunferencia representa los acontecimientos, las circunstancias externas que vamos atravesando en nuestro día a día, aquello que cambia permanentemente, de arriba abajo, de izquierda a derecha. Pero su centro está inmóvil, es aquel lugar que añoramos cuando nos sentimos presos de las circunstancias, aquel lugar de sabiduría, paz y armonía interior, aquel lugar que nos purifica y nos eleva para ponernos en sintonía con el Ser Universal.
La Rueda de la Fortuna nos plantea un gran dilema ¿Está todo escrito por la diosa Destino?¿Es el Hombre libre para elegir su propio camino? Existen escritas páginas y más páginas de teorías sobre esta gran dualidad determinismo-libre albedrío. Pero mientras pensamos como establecer la conexión entre estos dos opuestos, podríamos tararear aquella canción popular que en su estribillo decía más o menos así: " Gira la vida, gira, y en su girar...".


Autora: Mónika Claudia Zajdman.