EL ASCENSOR
Basado en una historia real

Hace poco pasé caminando por el centro de Ramos Mejía, miré hacia lo alto, me detuve y me sentí transportado en el tiempo.
Así me remonté a fines del año 1972.
Por aquellos tiempos todavía era soltero y vivía con mis padres en una casa muy bonita en el Barrio de El Palomar, en una zona de chalets y casas bajas.
Recuerdo claramente esa época, porque muchas noches me despertaba sobresaltado. ¿La causa?. Pues sentía el zumbido del ascensor subiendo por el hueco del ascensor, luego el vibrar de la pared cuando llegaba, y por último cuando cerraban de golpe la puerta del ascensor, el ruido. Sí, el ruido como el de un cañonazo, que retumbaba en mi cabeza por un largo rato.
Usted se estará preguntando qué hacía un ascensor en una casa de planta baja, en una manzana de casas de planta baja.
Pues realmente tengo que confesar que no había ningún ascensor cerca de la casa.
Permítame que le explique lo que sucedía: era que yo, juntamente con la que era en aquella época era mi novia, habíamos comprado un departamento "a construir". Un departamento de dos ambientes en lo que iba a ser una inmensa torre sobre la Avenida Rivadavia en Ramos Mejía.
A los pocos días de haber comprado "el sueño" del departamento nuevo y a estrenar, nos pusimos a mirar con ella los planos del edificio y en especial el de nuestro departamento. Fue fácil pensar en la distribución de los muebles en el living; dónde poner la mesa, las sillas y el sofá. Pero cuando le tocó el turno al dormitorio, el tema se volvió más complicado. La pieza era, según plano, de 2, 80 metros por 2,92 metros, con placard, puerta y ventana: había que cumplir un objetivo bastante difícil: colocar una cama, dos mesitas de luz y una cómoda de modo tal que se pudiese abrir la puerta del dormitorio, las del placard, y la ventana sin tener que pasar por encima de la cama.
Finalmente llegamos a la única solución posible y la distribución nos agradó. Y ahí empezaron para mí los problemas: Al volver a mirar los planos vi que la cabecera de la cama daba contra una pared que atrás tenía marcado una especie de cuadrado. Y ese cuadrado decía simplemente "hueco del ascensor".
Traducido a la faz práctica, significaba que atrás de la cabecera de mi cama, separado por una fina pared de ladrillos huecos y de no más de 10 centímetros de espesor, iba a estar el ascensor. Es más, debido al modo de construcción de los pasillos, la puerta del ascensor al cerrarse iba a golpear directamente contra, digamos "mi almohada".
Primero me imaginé el ascensor subiendo y bajando en medio de la noche, como una abeja gigante zumbando al lado de mi oreja, llevando y trayendo a la gente por los quince pisos que tenía el edificio.
Luego, por si no fuese poco, empecé a imaginarme que los vecinos de los otros diez departamentos de mi piso llegaban todos tarde de noche y que además cerraban despreocupadamente la puerta del ascensor. Me imaginé el ruido que iba a hacer esa puerta cuando luego de instalada la empezaran a usar.
A partir de ese momento, el ruido de la puerta del ascensor cuando la cerraban se instaló en mis oídos. Con el pasar de los meses, el ruido de esa puerta imaginaria aumentaba cada vez más.
Mientras tanto la construcción del edificio que recién había llegado al quinto piso, se paralizaba por problemas económicos. Posteriormente el constructor recompró de a poco los departamentos, entre ellos el "noveno B" o sea el mío.
Fue firmar la rescisión del Departamento y llegó la paz: el ruido de la puerta del ascensor desapareció de mi vida.
Volví al presente, bajé la vista, estaba parado delante de la entrada del edificio. Habían pasado 23 años y todavía no se había construido el que iba a ser mi departamento.
Me sonreí y me sonrojé al mismo tiempo. La vergüenza propia me invadió, por ese Dino de 22 años que se despertaba sobresaltado en medio de la noche atormentado por el ruido del ascensor.
Un ascensor que nunca se había llegado a instalar.
Una puerta que nunca existió, y un ruido que tenía realidad únicamente en mis pensamientos.
A pesar de lo cual, si cierro los ojos y me concentro un poco, puedo escucharlo de nuevo, como el ruido de un cañón y sentir de inmediato una ligera molestia en la boca de mi estómago.
A veces me pregunto:
Cuántos ruidos de "puertas de ascensor" hay en nuestras vidas, que nos producen dolor de estómago, y quizás nunca llegan a existir.

Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.