EL ERMITAÑO

Panorama oscuro y denso, pero a lo lejos vemos de pronto encenderse una pequeña luz. Pareciera que esa luz va avanzando lentamente, y a medida que avanza va creciendo en intensidad y brillo, iluminando la oscuridad circundante. ¿Qué es esta luz?, ¿quién la porta?, ¿es humana o sobrenatural?. Ya está cerca nuestro, ocupando su lugar en el centro del Arcano N° 9. Aquí está y ahora observamos que esta extraña luminosidad no es otra cosa que el farol que lleva un anciano monje. ¿Quién es él?. Parece provenir de una época perdida en el tiempo, donde confluyen la realidad y la fantasía. Innumerables versiones de este anciano sabio han poblado nuestros cuentos infantiles, como así también las historias, mitos y leyendas medievales, en los cuales aguerridos caballeros, nobles reyes y hermosas princesas se internaban en abigarrados bosques, escalaban áridas montañas, transitaban caminos no hollados anteriormente, en busca del refugio o la gruta donde habitaba, sólo para encontrarlo y pedirle su consejo, su guía o simplemente hospitalidad, abrigo y cobijo. Los milagrosos poderes de gurúes, yoguis, ascetas que viven aislados en pequeñas grutas y ermitas pueblan la religión, la historia y la geografía de todo Oriente. Si observamos su imagen, veremos que ella nos remite a otros arcanos anteriores. Así su cayado nos recuerda el bastón de El Loco, pero también a la varita mágica de El Mago o al cetro de El Emperador, al báculo de El Hierofante o la vara de El Carro. Hay en él algo de ellos y de otros más. Pero así como El Loco lleva su bastón casi como si fuera un juguete, sin conocer su verdadero poder, El Ermitaño se apoya confiadamente en él, le sirve para marcar su camino. Así como el báculo del Hierofante representa el poder que le fuera conferido por la Iglesia, este sencillo bastón lleva implícita la sabiduría que sólo una vasta experiencia de vida puede dar. Una mirada superficial a este arcano, con su árido paisaje rodeando a la figura central, nos hace pensar en la soledad. Pero la soledad de El Ermitaño está puesta al servicio de la reflexión, la maduración, la contemplación interior. Es la soledad de la mente dispuesta a abrirse a la verdad interior, plagada de símbolos y significados. Si reflexionamos sobre su imagen veremos que nuevamente aparece la eterna dualidad masculino-femenino, reflejada en diversos elementos. Es la luz de su farol, símbolo del poder espíritu, activo, masculino, luz que ilumina pero no encandila, que calienta y reconforta pero no incendia ni quema. Y es el azul del hábito que lo cubre y la gracia de su porte y de su gesto, imagen del alma, de lo femenino, de lo pasivo. ¿Dónde lo encontraremos en nuestros días?. Hay quienes lo buscan externamente y se prenden de las enseñanzas de algún gurú o guía espiritual, uno de los tantos que predican sus doctrinas ya sea en Oriente u Occidente. O quienes lo encuentran en sus terapeutas, consejeros o asesores psicológicos, como versión más occidentalizada. Pero hay otros, que llevados por algún extraño designio interior se transforman ellos mismos en la parodia de este Ermitaño y los encontramos, entonces, en tantos pueblos, ciudades o caminos, desprovistos de pertenencias, sin rumbo definido ni objetivos claros, con la mirada perdida en el vacío, recitando oraciones cuyo sentido es sólo comprensible para ellos. ¿Pero que nos quiere enseñar realmente este Arcano?. Su contemplación nos trasmite paz, armonía y fundamentalmente SILENCIO... Aquel silencio infinito que nos permite ahondar en la profundidad de nuestra mente, trascenderla y encontrar su oculto divino tesoro. Para encontrar este silencio, no es necesario que nos aislemos en lo alto de la montaña, o en el medio del desierto. Es suficiente con que dispongamos de un espacio de tiempo para estar a solas con nosotros mismos, tiempo que podría ser en ciertos casos de algunos meses, semanas o días, o simplemente de unos pocos minutos cotidianos. Desde ese espacio, el de nuestro silencio interior, podremos comprender que cada uno de nosotros porta su propia lámpara. Y este espacio de silencio hará que la luz de nuestra lámpara espiritual brille cada vez con mayor intensidad y calor, para alegría de nosotros mismos y para compartirla con quienes junto a nosotros transitan por este mundo cotidiano, de la realidad material compleja y concreta.



Autora: Mónika Claudia Zajdman.