UN MUEBLE LLENO DE CAJONES II

Alberto guardaba en un armario lleno de cajones todos los objetos que sus amigas dejaban olvidados en su departamento.
Cada tanto, de manera distraída abría alguno de ellos, observaba su contenido y repasaba mentalmente los rasgos de sus dueñas: el peine de Juanita. Juanita, baja, menuda, un lunar en el seno izquierdo, sus ojos pardos, el trajecito rojo que usó cierto día. O el cepillo de dientes de Liliana, alta ella, rubia, el mentón por encima de la línea de los hombros, en esa pose tan estudiada como artificiosa. O el reloj de plástico de Esther. Esther, pálida y ojerosa, con esa mancha indefinida en la pantorrilla derecha. El corpiño de Clarisa llamó su atención más de lo acostumbrado. Clarisa, lánguida y somnolienta, que se animaba vivamente cuando él le acariciaba suavemente el dedo meñique.
Y así fue pasando el tiempo. Y se iban llenado los cajones del armario de objetos y de recuerdos.
Hasta que una tarde de domingo, tan placentera como solitaria, al abrir el cajón que llevaba el número tres, posó su mirada sobre el lápiz labial de Edith. No, ese lápiz no era de Edith, era de Liliana. No. No. Liliana jamás pondría sobre sus labios ese barniz violáceo. Tal vez fuera de Ana. ¿Y el cepillo para el cabello?. ¿Era de Magdalena? ¿o de Julia?. No, no, no. Era de Martina. No, de Anabella....La confusión se apoderaba por primera vez de una plácida tarde de domingo.
Para colmo de males, el plan cuidadosamente trazado para esa noche se desbarató imprevistamente cuando llamó Mercedes y canceló su salida al cine.
Entonces Alberto volvió al armario y abrió el cajón número cuatro, como esperando dar con las respuestas precisas.
Pero otra vez la memoria lo traicionó. Intentó vanamente armar el rompecabezas que la sucesión de mujeres y de pertenencias presentaba a su mirada. El camisón era de Andrea... no, no, de Alicia. ¿De Alicia?. Y la pasta dental, ¿era de Julieta?, ¿o era de Inés?.
La noche se empeñó en oscurecer aún más los juegos de su memoria. Ya de madrugada, fatigado por la decepción, cerró uno a uno los cajones del armario y se entregó a un sueño profundo. Soñó con María. Con sus ojos verdes y su gesto claro. Soñó con sus manos pequeñas y con su pelo azul. En el sueño, María dormía a su lado, compartiendo el lecho y el aire que respiraban.
En sueños, Alberto se levantó. Se acercó al armario, abrió los cajones del primero al último y comprobó con asombro pero también con alivio, que ella era la dueña de todos los objetos que guardaban.

Autora: Dra. Lidia Vaiser.