UN SIMPLE ARBOL

Hace mucho tiempo, en un bello campo, tres semillas de un mismo tipo de árbol comenzaron a germinar una cerca de la otra.
La primera de las semillas que logró salir a la luz, asomó desde la tierra su tallo verde, y de inmediato se dio cuenta que debía su vida, su existencia, a la madre tierra, al agua, y a los minerales que la habían nutrido en la oscuridad. La semilla era consciente de la profunda conexión que la unía con la madre tierra, y que la nutría y protegía. Pensó entonces, a poco de asomar un poco más sobre la faz de la tierra, que si también orientaba sus jóvenes ramas hacia ella y lograba hundirlas, tendría aún más vida, más energía, podría sentirse más segura. Aferrarse con todo su ser a lo terreno se volvió su objetivo. Además lograría alejarse de ese sol que día tras día le lastimaba con su claridad.
La segunda de las semillas al salir a la luz, y asomar también feliz su verde tallo, se dio cuenta de inmediato, como si hubiese tenido un golpe de intuición, de que había sido indudablemente el Padre Sol, el que con su envolvente calor le había dado vida, y que a él le debía todo lo que ella era y podía llegar a ser. Estaba agradecida de haber podido finalmente salir de la oscuridad en la cual había estado sumergida. Ahora su camino se presentaba luminoso y claro: debía dirigirse hacia la luz. Su camino era el camino del cielo.
Deseaba fervientemente alejarse de la oscuridad, alejarse de ese elemento burdo. Es más, como le daba asco cualquier contacto con un plano tan inferior, buscaba el modo de sacar también sus raíces de la tierra, para poder dirigir todo su ser hacia la luz. Su objetivo era servir a la luz, ponerse al servicio de algo superior. Quería llegar al Sol, y estaba convencida de que cuanto más se alejase de lo material, más fácil sería para ella lograrlo.
La tercer semilla al salir a la luz, dirigió primero su inteligencia hacia lo superior y agradeció al Padre Sol haberle dado la iluminación para reconocerla y respetarla; luego dirigió su inteligencia hacia la Madre Tierra y le agradeció todos los nutrientes que continuamente le proveía para su crecimiento. Y por esto hundía feliz sus raíces en la tierra porque sabía que por cada centímetro que crecía hacia abajo, podía elevar majestuosamente tres veces más sus ramas hacia el cielo.
Algunos dicen que existen muchas vidas; dicen algunos que las almas van evolucionando no sólo dentro de cierto reino, sino que además pasan de reino en reino. De este modo pasarían, cuando están suficientemente evolucionadas, del reino mineral al reino vegetal, y del mismo modo al reino animal, y después al reino humano. Éste no sería el último, pues las almas se dirigirían luego en el camino de la evolución a otros reinos celestiales más desarrollados.
Cuentan que con los años la primer semilla ya convertida en un árbol, había logrado su objetivo. Prácticamente había convertido sus ramas en raíces, pero lamentablemente, también con el paso de los años se había convertido en un árbol retorcido, gris, lleno de musgo, y casi sin hojas. Parecía un conjunto de raíces aferradas a la tierra. Nadie hubiese dicho que nació para ser un Roble.
De la segunda semilla se supo que con el tiempo, ya convertida en árbol, había logrado sacar casi todas sus raíces de la tierra y por esto su tronco se debilitó por falta de nutrientes. Perdió también las hojas y la capacidad de crecer. Quedó entonces sin fuerzas para seguir su evolución. Tarde se dio cuenta que pudiendo haber sido un verdadero Roble, había quedado convertida en una especie de débil enredadera sin sustento alguno.
Fue la tercer semilla, la que se convirtió en un Roble de majestuosa copa y sombra protectora, cumpliendo su misión en esta vida.
Dicen que esta semilla ya estaba en una de sus últimas evoluciones dentro del reino vegetal y que seguramente en poco tiempo iba a pasar al reino animal.
Dicen que la primer semilla, hacía poco que venía del reino mineral, y que había que tener paciencia, que ya en sucesivas evoluciones de su ser, nacimientos y muertes, se iba a dar cuenta de que lo material no era más que el sustento terrenal para algo superior.
De la segunda semilla dicen que tenía más vidas que la primera, pero que en su camino evolutivo, por querer rechazar lo terreno, se había ido al otro extremo, negándolo.
Si entonces todo esto fuese cierto, si existen varias vidas y un camino de evolución, ¿por qué será que a muchos humanos nos cuesta recordar y aprovechar nuestras existencias en el reino vegetal, cuando tuvimos que recorrer varias "vidas" sólo para darnos cuenta de que nuestras "ramas" no podían ir hacía abajo para adorar la tierra, ni nuestras "raíces" ir para arriba en un intento de negar esa misma tierra?. ¿Cómo puede ser que hayamos olvidado todo eso?. ¿Será consecuencia de este olvido, que muchos humanos que recorren el camino del desarrollo espiritual, evitan de hundir sus raíces en la tierra?. ¿Tendrán miedo de sentirse culpables ante sí mismos por convertirse en seres materialistas?.
¿Será consecuencia de este olvido que otros humanos se aferren con desesperación a lo terreno (los bienes materiales, el dinero) y se niegen a ver la luz?.
Uno de los principios Herméticos, dice "como es arriba es abajo", queriendo explicar que para acceder a comprender las grandes leyes espirituales que gobiernan al universo (lo de arriba), es muchas veces suficiente analizar lo que sucede en algún aspecto del mundo de todos los días (lo de abajo).
Por esto sería bueno, quizás salir a caminar una mañana... buscar un buen árbol, sentarse bajo su sombra protectora... cerrar los ojos, e intentar recordar en qué se basaba nuestra existencia cuando éramos unas simples semillitas. Recordar, para poder vivir ahora, con la armonía de un árbol. Recordar para distinguir cada vez mejor, la tierra del cielo y la profunda conexión que existe entre ambos.

Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.