Christian Hahnemann,
el padre de la homeopatía
Como habitante de la ciudad de Bruthental, Transilvania, Hahnemann era considerado un hombre sumamente extraño no sólo por el modo peculiar con que se vestía (usaba generalmente camisa de piqué con cuello hasta el mentón) sino también por el modo llamativo en que caminaba.
Pero sin duda, lo más llamativo era su modo de administrar la medicina. Había creado un sistema de remedios que probaba siempre sobre sí mismo antes de recetarlos a sus pacientes.
Se había formado como químico, luego incursionó en la mineralogía y finalmente decidió dedicarse a la farmacia, gracias a un farmacéutico con el cual se postuló como hombre de botica. De inmediato, la hija de este hombre se enamoró perdidamente de Hahnemann y aunque este no era partidario de enamorarse, terminó desposándola. Los comienzos del matrimonio fueron especialmente difíciles para la joven esposa, quien se vio obligada a seguir a su marido de hospital en hospital, viendo como cuidaba a los enfermos, y protestando para sí misma contra los cruentos y tan poco efectivos métodos de ese momento: sangrías, lavativas, purgas, etc.
No pasó mucho tiempo antes de que el propio Hahnemann dudara de su verdadera vocación y decidiera dejar la medicina. Sin embargo pronto se arrepintió, pues abrigaba la convicción de que debía existir algún método diferente para el arte de curar.
Comenzó así su búsqueda sin tregua, pero esta se complicó sobremanera al tiempo, cuando su propia casa se transformó en hospital, se encontró en la miseria y con once hijos que mantener. Pero firme en su fe, traducía libros de medicina para subsistir.
Fue justamente mientras traducía uno de ellos, que encontró una descripción de la quinina, planta proveniente del Perú. Descubrió que la quinina era útil para combatir la fiebre pero al mismo tiempo la producía. Para salir de dudas, Hahnemann tomó una dosis de quinina, según era su forma de aplicar su sistema. El resultado fue un ataque de fiebre. Fue gracias a ese descubrimiento que se originó la medicina homeopática y entonces escribió: "Las sustancias que provocan fiebre curan diversas variedades de fiebre intermitente".
Obviamente comenzó ahí una serie de experimentos sobre sí mismo: tomó una infusión de digital, luego de belladona, mercurio, mientras iba constatando que cada sustancia probada producía los mismos efectos que la enfermedad que curaba.
Hahnemann denominó homoepatía a su método. La definición de ese término que encontramos en el diccionario es la siguiente: "Sistema curativo que aplica a las enfermedades dosis mínimas de las mismas sustancias que, en mayores cantidades, producirían al hombre sano, síntomas iguales o parecidos a los que se trataba de combatir".
Es interesante su propia descripción del método que dice así: "Se toman dos gotas de acónito y se mezcla con 98 gotas de alcohol. Se toman enseguida 29 frascos más, cada uno de los cuales contiene 99 gotas de alcohol, y sucesivamente se va diluyendo una gota del líquido del frasco anterior hasta llegar al último. Tres gotas de esta última disolución son suficientes para curar al enfermo"; (faltaría agregar a esta explicación que se deben repetir varias veces las tomas).
Hahnemann describía la enfermedad como la expresión de una persona, por lo tanto su único problema consistía en encontrar el remedio correspondiente a ese caso en particular. La academia de medicina inmediatamente trató de actuar en su contra, los farmacéuticos lo atacaron por entender que se inmiscuía en el terreno de su profesión, pero Hahnemann pronto se vio rodeado de discípulos que se sentían contagiados por su entusiasmo por el nuevo sistema. Y aunque durante toda su vida, debió sufrir el ser siempre combatido, nunca le dio demasiada importancia pues el estaba convencido que su doctrina era efectiva y sabía que a la larga, el triunfo sería suyo.
Y así fue. Cuando tenía 80 años, llegó a visitarlo Melania d´Hervilly que desde hacía tiempo se encontraba enferma. Ella había leído sus libros y deseaba que el propio Hahnemann la tratara homeopáticamente. Corrió la noticia de la casi inmediata recuperación de la joven parisiense, lo cual por fin hizo que la doctrina fuera acreditada como válida.
No obstante, el alma de Melania cayó en estado de desesperación porque se enamoró perdidamente del maestro. Logró acercarse a él so pretexto de dialogar con el sobre filosofía y medicina, pero al tiempo no pudo contenerse más, se le declaró y se casó con él.
Este fue el verdadero gran amor, aunque duró pocos años debido al fallecimiento de Hahnemann.
Al ocurrir el deceso, Melania hizo embalsamar el cuerpo de su amado y lo conservó en su casa por más de una semana, como prueba de su amor y de su tristeza por haberlo perdido.
Autores: Staff de la Revista Crecimiento Interior.
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