LA ESCUELA Y LOS LÁPICES DE COLORES

Juancito llegó a la escuela, traía su mano derecha metida en el bolsillo del saco apretando las figuritas de Superman que tanto le había costado conseguir. Estaba de moda juntarlas y todos los del grado hacían lo mismo.
Entró y se encontró de nuevo con sus compañeritos de segundo grado. Hoy era un día especial. Les presentaron a la Señorita de "Expresión Creativa", quien les dio las consignas para el día de clases.
La señorita dijo:
- Les voy a dar a cada uno de ustedes cinco lápices de colores y una cartulina blanca. El objetivo es que durante la mañana dibujen algo lindo en la cartulina. Los dibujos que ustedes hagan van a ser premiados y expuestos en las paredes del salón de actos, para que los niños que asistan a esta escuela en el futuro conozcan lo que hicieron los niños de la clase 1950.
Y Juancito recibió sus lápices y la cartulina, volvió a su pupitre y comenzó a dibujar y pintar. Hizo primero un lindo arbolito de color verde y cuando quiso pintar el tronco se dio cuenta que no tenía un lápiz marrón, motivo por el cual le tocó el hombro a Luisito, que estaba sentado delante, y en voz baja le dijo:
- Necesito un lápiz marrón, si me lo prestas te presto el verde que vos no tenés.
Luisito hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se intercambiaron los lápices. Los demás niños atravesaban por el mismo problema: el que tenía marrón, no tenía uno rojo para pintar un techo de tejas. Fue al poco rato que el grado se había convertido en un gran mercado de canje de lápices, ya nadie estaba pintando, todos negociaban para conseguir los lápices que creían que iban a necesitar para pintar. Los niños más hábiles se habían convertido en comerciantes avezados y estaban tentando a sus compañeros en canjear ya no "lápices por lápices" sino en entregar a cambio de los lápices figuritas de Superman. A esta altura había chicos que tenían 8 lápices y otros uno y varias figuritas de Superman. Con el pasar de los minutos las cotizaciones de los lápices iban en aumento; ya no era posible conseguir 1 lápiz por menos de 10 figuritas. Con lo cual las ganancias de los primeros compradores de lápices incentivaban cada vez más las nuevas compras.
Todos estaban involucrados en esto a tal grado que decidieron organizarse. Se puso un tablón sobre dos pupitres y los chicos pusieron las pilas de lápices que querían vender y cortando pedazos de la cartulina construyeron cartelitos con el nombre de cada uno y el precio mínimo que querían en figuritas de Superman. Se podían ver carteles como: "cambio dos lápices azules y un marrón por 12 figuritas de Superman", otro cartel decía "cambio lápiz violeta, único en la clase, por 3 lápices azules". Otro trozo de la cartulina se usó para ir anotando con palotes las ganancias de cada uno.
La clase de este modo se había convertido en un gran salón de remates. Y comenzó la puja. Uno tomó el cargo de rematador, otro anotaba en la cartulina las posturas, otros pujaban, gritaban, se agolpaban para tener un mejor lugar. En la sala ya se escuchaban únicamente los gritos.
El que hacía de rematador con la voz más gruesa que pudo (que no era mucha) dijo:
- Sale a la venta un lápiz color carmín muy especial, les aclaro que se aceptan únicamente figuritas de Superman, espero ofertas.
- ¡Yo pago 10", -dijo un rubio que estaba delante.
- ¡Yo pago 11!, -gritó una voz desde un rincón.
Finalmente se terminó adjudicando ese lápiz en 12 a una chica de trenzas que pagó apurada, para a los dos minutos, venderlo de nuevo en 14 figuritas, y ponerse a contar las ganancias obtenidas.
Estaban ya sacando a la venta el tercer lote de lápices cuando de pronto desde algún lugar un sonido que parecía la sirena que avisaba de un ataque aéreo inminente. Todos los oferentes, e incluso el rematador, quedaron como paralizados, sin entender qué estaba pasando. Hasta que finalmente comprendieron que era simplemente el timbre de fin clases, junto con el timbre había desaparecido la magia y el salón de remates; eran de nuevo niños de segundo grado.
Por la puerta apareció la dulce señorita de Expresión artística que dijo:
- Bueno chicos, se acabó el día, quisiera que me muestren ahora qué hermosos cuadros pintaron con los lápices que les dejé.
Todos se miraron, tenían las manos sucias llenas de marcas de los lápices, algunos tenían más lápices que otros en su poder, otros habían perdido todas las figuritas que traían de sus casas. Uno incluso había entregado sus bolitas de colores para conseguir más lápices, pero ninguno tenía un cuadro para mostrarle a la maestra, es más ni siquiera conservaban la cartulina.
La señorita, al ver que ninguno había pintado nada y que incluso habían destruido la cartulina agregó, con voz enojada:
- Bueno chicos dejen ahora los lápices en esa caja verde y a lavarse las manos que el día terminó, nos vemos mañana.
Fue un momento de crisis para los niños, al principio algunos se resistían a dejar los lápices que tanto les habían costado conseguir, luego se daban cuenta de la inutilidad de aferrarse a ellos y los dejaban caer dentro de la "caja verde", caían también dentro de la caja una que otra lágrima que ya no podían contener.
Había sido tan grande la lucha por conseguir los lápices para pintar los mejores cuadros, que en algún momento se habían olvidado que los lápices eran solamente un medio y no un fin en sí mismos, se habían olvidado que al finalizar el día tendrían que devolverlos.
Juancito salió cabizbajo de la escuela y se dirigió caminando despacio hacia su casa. Se daba cuenta que a pesar de todo lo que había luchado, no tenía ni uno de esos hermosos lápices. En ese momento apretó su mano derecha, que como siempre tenía metida dentro del bolsillo del saco. La tenía apretada como esta mañana, pero ahora se había quedado sin figuritas y lo único que apretaba era la bronca. La bronca de saber que él era un buen dibujante y de que no había podido pintar su cuadro para el salón de actos.
De pronto el Dr. Juan López, de cuarenta y siete años de edad, Contador Público, sentado en un bar en la zona de Tribunales, sigue revolviendo el café con la cucharita. Este comportamiento no tendría nada de extraño si no fuese porque hace quince minutos que empezó a hacerlo. No quiere darse cuenta por qué ha recordado ese día de su infancia. Hasta que finalmente todo se le hace claro, toma una servilleta de la mesa y comienza a escribir. como si se le acabase el tiempo: VOY A DEJAR DE JUNTAR LÁPICES, Y CON LOS QUE TENGO VOY A EMPEZAR A PINTAR SOBRE LA CARTULINA DE LA VIDA.
CUANDO SUENE EL TIMBRE DE FIN DE CLASES DEJARÉ UN HERMOSO CUADRO PINTADO POR MÍ EN EL SALÓN DE ACTOS.
Juan guardó la servilleta, pagó la cuenta y se fue feliz. Era hora de comenzar a pintar.

Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.