MURCIELAGOS Y MARIPOSAS:
UNA CUESTION DE LUZ

Un día estaba cayendo el sol y la suave y alegre mariposa iba siguiendo los cálidos reflejos del sol que se perdía a lo lejos, y aunque sus esfuerzos eran muchos, no los podía alcanzar.
De pronto al acercarse a un árbol, lo vió. Al principio se asustó por su forma extraña y su traje negro.
- Quizá me asustó más el hecho que estuviese boca abajo y agarrado de la rama con sus patas-, se dijo la mariposa cuando volvió "volando" a su casa y tuvo que esperar un rato para que su corazoncito dejara de latir fuerte.
Al otro día, curiosa como toda mariposa joven, se dirigió a la misma hora y al mismo lugar y lo vió de nuevo.
Esta vez ya no la asustó tanto, y hasta le pareció divertido ver como se desperezaba, pues recién a esa hora, cuando toda la gente normal se iba a sus casas parecía que él comenzaba a vivir.
Fue al tercer día que la mariposa, vestida con sus mejores alas, se dirigió de nuevo a su encuentro. Cuando lo vió, todavía estaba colgado boca abajo de la rama. Ella se acercó despacio, se acomodó las alas, hizo un poco de ruido con patitas para que él notara su presencia, y con su voz tan dulce le preguntó:
- ¿Cual es tu nombre?.
- Yo soy Alf, el murcielago, contestó él con orgullo. Luego hizo una pausa, y mirándola de costado con ojos picarones le preguntó a su vez:
- ¿Y tu quién eres?.
- Yo soy Matilde, una mariposa, dijo ella sonrojándose.
Y así comenzó una amistad.
Todas las tardes ella, a la caída del sol, iba a encontrar Alf, cuando el murciélago se despertaba y charlaban de sus diferentes enfoques sobre cómo era la vida.
Alf, afirmaba la belleza de la noche, de la hermosura del frío, de las maravillas de las estrellas, y protestaba por el calor y la luminosidad del sol. Alf amaba la humedad, y lo enloquecía estar cabeza abajo colgado de la rama de un árbol. Adoraba la oscuridad, y todo lo negro. Creía firmemente que a través del dolor y el sufrimiento los seres aprendían y crecían.
Matilde en cambio creía que la vida era otra cosa: que el sol era lo importante, que la luz simbolizaba la vida. Que la alegría y que la belleza era valores esenciales, y que la noche le infundía miedo.
Con el tiempo y a pesar de sus diferencias sobre lo que era lindo y sobre lo que era feo, la amistad se convirtió en amor, y decidieron ir a vivir juntos.
Matilde era muy comprensiva y con el pasar de los meses había comprendido que para Alf era imposible vivir a la luz del día: Eso no era para él, y en consecuencia para mantener la armonía familiar Matilde se amoldó, se adoptó, tomó como propios los valores y el modo de encarar la vida de Alf. Matide empezó a vivir de noche y dormir de día. Lo que más le costaba era dormir boca abajo agarrada de sus patitas a la rama de un árbol. Más de una vez, dormida, se cayó de cabeza al suelo. Motivo por el cual Alf le construyó un aparato con unos soportes para seguridad que la sostenían boca abajo en el árbol.
Matilde dejó de frecuentrar a las otras mariposas. ¡Cómo podía seguir con ellas si vivían en distintos mundos!.
Alf estaba feliz con esta relación pero no Matilde, que comenzó a estar de mal humor, pues él salía de noche y la dejaba sola, a ella, a Matilde que tanto miedo le tenía a la oscuridad.
El volvía apenas antes del amanecer. Ella lo esperaba con los brazos abiertos buscando su amor y la respuesta de Alf era terminante.
- Hoy no Matilde-, decía con mal humor, y agregaba - estoy cansado, estuve volando toda la noche.
Y Matilde se quedaba mirándolo mientras él roncaba boca abajo colgado del árbol.
Y así con el tiempo y la rutina, ese modo de vivir se volvío insoportable para Matilde. Desesperada se pasaba todas las noches pensando en una solución a su vida, pero no podía encontrarla. Hasta que finalmente Matilde sintió que algo se había apagado en su corazón. Por más que buscaba en su interior, ya no podía encontrar el amor que antes sentía por Alf, sino apenas comprensión. El poder entender que Alf no era malo, sino que hacía lo mejor que podía considerando que él era un murciélago.
De a poco Matilde fue sintiendo como su salud se desmejoraba día tras día, hasta que finalmente cayó enferma.
- Indudablemente esta no es vida para una mariposa- dijo terminantemente el médico llamado ante la emergencia. Esta mariposa debe volver a su mundo o morirá de tristeza.
Alf, protestó un poco ante el dictamen del médico, y luego se dijo:
- Finalmente quien entiende a las mariposas. Uno les da de todo y parece que nada les alcanza, nunca están felices con la vida que uno les proporciona.
Mientras decía esto arrojó a la calle el aparato que había construído para que Matilde gozara de todas las comodidades necesarias cuando dormía de día colgada de la rama.
Matilde, a su vez cuando escuchó las palabras del médico, sintió un fuerte alivio y sus alas se agitaron involuntariamente de alegría, pues implicaba que tenía que volver a su mundo, al sol, a las flores perfumadas, a la luz, al calor. Y así Matilde dejó a Alf y se fue volando despacio mientras el sol comenzaba a asomarse atrás de unas verdes colinas. Matilde todavía no podía acostumbrarse a la luz del sol y se detenía a cada rato para descansar. En esos momentos aprovechaba para tomar respiraciones profundas y llenar sus pulmones con el aire puro de la mañana embriagado con el aroma de las flores. Matilde se estaba llenando de energía y felicidad.
Mientras tanto Alf ya estaba durmiendo colgado de su rama. Se veía, en sueños, volando muy alegre junto a una murciélago que había conocido la noche anterior.
Fue entonces que, mientras a Alf le pareció escuchar una voz en su sueño, a Matilde le pareció escuchar una voz que venía desde el cielo.
La voz decía:
- Hijos míos, los he hecho diferentes por naturaleza, no intenten unir dos mundos que nacieron para vivir por separado. Las mariposas necesitan mariposas y los murciélagos, murciélagos.
En ese momento Alf suspiró en sueños, se acomodó un poco mejor en la rama y siguio durmiendo. Alf estaba en paz.
Del mismo modo, en ese momento Matilde suspiró, mientras metía alegremente su naricita traviesa en el caliz de una flor para percibir mejor su aroma: ella también estaba en paz.

Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.