LA PERCEPCION DE LOS NIÑOS

En todas partes del mundo, un niño recién nacido es símbolo de pureza. Pureza de un alma llegada del mundo espiritual, aún no contaminada con el aspecto material de la vida, y por lo tanto, limpia en su mente y en su corazón.
Por esa misma escasa "materialidad", los niños poseen una percepción extra-sensorial mucho mayor que los adultos; cuanto más pequeños son, más forma parte de su normalidad esta característica. Luego, en la medida que su vida interior va tomando contacto con la vida concreta, es decir, que se conecta con el mundo de los adultos, comienza a reprimir o a ignorar esas percepciones, guiado por el temor a lo desconocido que se le inculca. Como resultado de este desarrollo normal del individuo, sus experiencias en este sentido desaparecen normalmente alrededor de los 9 años de edad. Es recién en la edad adulta que, en algunos casos, se vuelve a tomar contacto con ese mucho espiritual.
Ahora bien, ¿a qué me refiero al hablar de percepción extra-sensorial? Específicamente a ciertas capacidades innatas que el niño trae. Desde su más tierna infancia, el niño posee lo que da en llamarse "clarividencia" y suele hablar con amigos invisibles para el ojo adulto. Algunos investigadores afirman que la sensitividad de los pequeños es capaz de conectarse con otros seres que habitan el plano astral. La percepción de los pensamientos es también muy común. Niños que "adivinan" los que sus padres van a decirles, o que piden regalos que no pueden saber que sus padres ya les han comprado . Existen dos explicaciones de esta captación: la primera es que muchas veces los niños pequeños son capaces de ver los pensamientos plasmados como imágenes en el aura humana. La segunda, es el uso de la telepatía, el más habitual de los fenómenos extra-sensoriales entre los pequeños. Si hablamos por ejemplo de las "mentiras piadosas" que los adultos utilizan para esconder sus verdaderos sentimientos frente a los niños, debemos tener en cuenta que éstos no son capaces de intelectualizar el mundo interior, de modo que dada la gran conexión energética existente entre ellos y sus padres o familiares directos, pueden percibir dicho mundo sin dificultad, si bien de una manera diferente. Bien conocidos por todos son los ejemplos de experiencias de conexión telepática de los hijos con sus padres. Aún antes de aprender a hablar, les es fácil "sentir" a su mamá embarazada o enferma. También pueden captar la preocupación o el sufrimiento de sus padres, aún cuando estos no lo expresen. De modo que las palabras que contradicen esta percepción que ellos tienen del otro, provoca tal confusión en su mente, que en ocasiones resulta peor que el dolor de enfrentar la verdad. Generalmente los padres perdemos de vista el hecho de que estamos formando un ser que a su vez deberá aportar alegría y felicidad a la vida familiar, y eso sólo se logra alentando su espontaneidad.
Creo sin embargo que no deben idealizarse sus capacidades, ya que es natural que estas tendencias desaparezcan con el tiempo. Las percepciones sutiles de los primeros años son algo natural, y así deben ser tratadas. Nada tienen que ver realmente con la espiritualidad infantil, la cual se desarrolla únicamente a través de prácticas conscientes. Con los niños es posible trabajar desde la contemplación de la naturaleza, la práctica de la sinceridad, la concentración sin esfuerzo. Introducir a un niño en el mundo de la meditación, lo distanciaría aún más de su "materialidad", de su propio cuerpo, y en la primera parte de su vida, el ser humano debe afirmar ese contacto con el cuerpo y los sentidos, que le permiten ubicarse de modo ético y solidario en el mundo en que le toca vivir.
La mayor contribución que los adultos podemos dar a los niños en pos de su vida espiritual, es ser nosotros mismos, dando ejemplo de tal espiritualidad en nuestra vida diaria, abandonando el juego de las apariencias y actuando conforme nos dicta el corazón, con sinceridad con nosotros mismos, siendo así honestos con los demás, en especial con los pequeños. Recordemos que alguna vez fuimos niños y que esta etapa de formación también forma parte de nuestro presente. Así lo creía también Mme. Blavatsky, creadora de la Teosofía. Antes de morir, en 1891 afirmó lo siguiente:
"Cada ser humano es un resumen de todo el proceso de evolución de la vida en el planeta. Y mi infancia sigue conmigo, iluminándome, orientándome, manteniéndome abierta a la vida".



Autores: Staff de la Revista Crecimiento Interior.