EL BOMBERO

Juan se levantó temprano, se puso el traje de bombero y salió a hacer su trabajo. Al rato llegó a la Estación.
- ¡Otra vez la maldita campanilla de incendios! -dijo con bronca.
Se sorprendió de sus propias palabras, parecían pronunciadas por un extraño. Él, Juan, el bombero, protestando porque tenía que salir corriendo para apagar el incendio, los incendios.
Terminó el día a eso de las 4 de la tarde, cansado, lleno de hollín, oliendo a humo, y como siempre con alguna pequeña quemadura. Marcó la tarjeta y mecánicamente se dirigió a su casa.
Cuando llegó, a Clara, su mujer, le pareció extraño. Es que Juan siempre había tenido la costumbre de bañarse en el Cuartel de Bomberos y ponerse ropa limpia de calle antes de volver al hogar.
Juan se sentó a cenar con las manos sucias de hollín y con el traje de bombero puesto, incluyendo el casco. Es más, tenía al lado de la mesa, el hacha que usaba para romper las puertas de las casas con el objetivo de poder ingresar y apagar los incendios.
Esta actitud extrañó aún más a Clara, quién intercambió miradas con sus hijos, pero nadie se animó a comentar nada.
Juan comió con la cabeza dentro del plato como si su mundo terminase en esos bordes de porcelana. Revolvía los restos de comida como si buscara un foco de incendio para apagar. Estaba totalmente tenso.
Esa noche al irse a dormir se llevó el hacha al lado de la cama y se acostó con la ropa de bombero puesta.
Durmió mal, soñó durante toda la noche que estaba apagando incendios, y cada tanto, instintivamente, apoyaba su mano en el mango del hacha como si hubiese una puerta de verdad que romper para llegar hasta el fuego.
A la mañana siguiente llegó cansado al cuartel.
Al sonar la campana del primer incendio él ya estaba agotado. No era para menos, en sus sueños había apagado infinidad de incendios.
Ese día lo terminó totalmente exhausto.
Llegó a su casa de nuevo con el traje puesto, cenó con las manos sucias, se acostó vestido, soñó que apagaba incendios. Se despertó cansado, se arrastró hacia el trabajo, su trabajo, el de bombero.
Ese día en el tercer incendio, cometió una estupidez. Una estupidez típica de un principiante de bombero, pero no de un profesional como él, que llevaba más de veinte años apagando incendios. Había quedado atrapado entre dos fuegos en el interior de un living y tuvo que tirarse a la calle, desde una ventana del primer piso, nada grave: una torcedura de un tobillo, pero riesgo al fin. Sus colegas comentaron entre ellos que Juan ya no era el de antes.
Y Juan lo sabía, ya no era el de antes, sus tiempos de reacción eran cada vez más lentos y ya no disfrutaba apagando incendios.
Esa tarde, mientras volvía con el camión de bomberos al cuartel, recordó sus comienzos: la ansiosa espera, el sonar de la campana de incendios, la alegría de saltar sobre el camión, el disfrutar del viento en la cara mientras el camión corría por las calles con su clásico ulular de sirena. Las bromas con los amigos sobre quién iba a ser el que derribara primero la puerta de calle. Había sido una época muy feliz para él, en la cual se había sentido realmente vivo.
Y se preguntó:
- ¿Qué me pasó, dónde está el error?.
No encontró respuesta.
Esa noche Clara mientras cenaba le dijo como al pasar:
- Juan, mi amor, hace tres días que no te sacás el traje, ni te quitás la suciedad del trabajo que tienes impregnada en tu piel.
- ¿Y? -contestó Juan.
Clara tembló, pues durante los últimos días cualquier comentario lo irritaba, entonces tragó saliva y agregó:
- Quizás un baño caliente te haría bien antes de meterte en la cama.
Juan asintió con la cabeza.
Esa noche mientras se bañaba bajo la ducha, un agua distinta comenzó a correr por su cara, sí, un agua distinta y Juan la percibió extrañado. Se dio cuenta que estaba llorando, Juan lloraba de bronca, Juan lloraba de impotencia, Juan lloraba.
Y pensó para sí:
- ¿Cómo puede ser que este trabajo que tanto quería, se me haya metido tan dentro de la piel que ahora me disguste?, -mientras se frotaba fuerte con una esponja el brazo derecho lleno de hollín, como si quisiera quitarse al trabajo que estaba agarrado a su piel.
- ¿Cómo puede ser que no pueda dejar el traje en el cuartel y venir como antes a casa como persona y no como bombero?, -ya se había dado cuenta que al llegar a su casa con el traje puesto, miraba a su hogar y a su familia como si estuviese tomando un examen de seguridad para prevenir incendios: "que eso es peligroso donde lo pusieron", "que los patines del nene en el pasillo violan la norma de seguridad S.17", "que es peligroso encender el horno con la cara tan cerca, Manual de prevención, pág. 14".
La lista de los errores en materia de "seguridad de incendios" que cometía su familia, como todas las otras familias, era increíble, él con su traje puesto no podía dejar de notarlos y marcarlos para su posterior corrección.
Y el agua distinta seguía cayendo por su rostro.
Esa noche Juan, bajo la ducha, con un agua distinta que caía por su rostro, se prometió algo, y lo cumplió el resto de su vida.
Luego salió de la ducha, se secó el cuerpo, se puso el pijama y con una firmeza que hacía años no sentía, tomó la ropa de bombero , la puso en un bolso y la llevó al baúl del auto.
A la mañana siguiente se vistió como le gustaba vestirse cuando estaba de vacaciones. Desayunó como si estuviese en un hotel frente a una playa del Caribe. Saludó a su esposa y a sus chicos como si se fuese a pasear. Viajó en el coche como quien va a hacer algo lindo. Llegó al cuartel y saludó a todos como quien llega a un Club lleno de amigos.
Sacó el bolso del baúl, fue al vestuario, y se vistió de bombero.
Se miró al espejo y se dijo, como se diría a partir de ese día y para siempre:
- A partir de este momento, con este traje de bombero, soy un bombero, voy a hacer feliz mi función, que es apagar incendios.
Durante todo ese día y hasta terminar su jornada Juan apagó incendios. Sus amigos no podían creerlo, ahí estaba "el viejo Juan", incansable en su función y con sus habilidades de antes. Indudablemente volvía a ser el mejor del grupo y sus compañeros estaban orgullosos de trabajar con él.
Al regresar al cuartel, viajando arriba de la cabina del camión de bomberos, sintiendo el viento en su cara, y el ulular de la sirena. Se sintió realmente vivo.
Bajó tranquilo, fue al vestuario, se baño, guardó el traje de bombero en el armario, se puso su ropa de vacaciones, saludó a sus amigos del Club; y feliz se dirigió a su hogar, lleno de energías y entusiasmo, como quien se va de vacaciones.

A los pocos días de escribir este cuento, se lo di a leer a un empresario amigo, mientras desayunaba conmigo. Mi amigo había tenido muy mala noche, pues estaba preocupado por la marcha de sus negocios. Mientras leía el cuento se atragantó con el café y se le nublaron los ojos. Nunca me dijo por qué, y yo nunca le dije que se lo dedicaba a él.

Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.

Espero que hayas disfrutado de este material de lectura. Si te interesa aprender sobre Bioenergía, te invitamos a conocer nuestro curso a distancia haciendo un click aquí.