SIMBOLOGÍA Y POÉTICA DEL "FARO"

COMO UN FARO

Como un faro alumbras mi andar.
Como un faro, tu recta luz, se transforma en mi senda.
Como un faro, tu intermitente luz, es el latido de una llamada constante.
Como un faro, tu rayo es mi orientación.
Como un faro, vigilas que no me pierda en la tempestad.
Como un faro, me guías para que no encalle en las rocas.
Como un faro, me avisas donde puedo anclar.
Así, con tu pequeña luz, me conduces a la Luz Madre,
ese lugar de origen tan ansiado,
ese Todo tan buscado,
durante este nocturno pero bello camino
de la materia, de la dualidad, de la vida terrena.
Si te sigo, como a la luz del faro,
no podré quedar jamás a la deriva de las olas
o a merced de las furias del mar que me quieran ahogar.
Si te leo, como a la luz del faro,
el largo camino habré completado
y el centro del laberinto habré conquistado.
Sin ti, mi Lucecita Íntima,
sería nave, en el abismo, hundida.-

Algunos en los confines desolados del mundo, otros en la inmediaciones costeras de las ciudades, en todos los puertos de la tierra, como en las puertas de la vida, ellos están.
Siempre a la vera de los mares que conducen a los inconmensurables océanos.
Siempre solitarios.
Siempre aguzados hacia las alturas señalando el arriba.
Siempre bañados por los infinitos firmamentos de todos los tiempos (del día, de la noche, de los inviernos, de los veranos) y a través del tiempo (durante años y años), como centinelas expectantes, permanecen fijamente de pie. Igual que el hombre valeroso frente a la vida.
Siempre iluminados, como el hombre atento,"despierto".
Como titilantes estrellas bienhechoras, encienden su destello todas las noches, anunciando al peregrino una llegada, alertando al viajero un peligro.
Lucernas en las oscuras aguas, son como el consuelo en el desasosiego. Con el latido de sus bujías dan confianza, asegurando la llegada a la tierra firme.
Ese latido es la esperanza de la nave que naufraga, como la fe es la esperanza del alma que naufraga.
Los Faros son como gigantescas velas que velan por el mundo.
Los Faros guían. Observarlos es saber por donde uno va. Por ello, como "símbolo", rememoran la imagen del viejo ermitaño del Arcano IX del Tarot que, entre toda su carga simbólica, es la autoguía al conocimiento propio, a su vez conducida, por la chispa divina que contenemos.
El farol que sostiene su mano derecha simboliza la luz interna (complemento del báculo -símbolo del el eje interno- que sostiene con la izquierda, representando ambos conjuntos, el perfecto equilibrio o centralidad), es la meditación, la introspección, que le indica el largo, trabajoso, cuidado, austero, aislado y silencioso trayecto hacia la perfección del ser.
Así, ese farol o "pequeño sol" en alto (lo sostiene más arriba y por delante de su cabeza), esta iluminándole el paso todavía no dado, animándolo al avance, a la marcha segura. Simboliza la sabiduría, que al principio del camino siempre está oculta. Es la iniciación. La revelación interior, la apertura de la conciencia. Y el Faro, conforma una estampa muy parecida. Es también como un Maestro o Sabio, también nos dice, que si sabemos mirar, siempre encontraremos luz, aún en la oscura noche de un mar en tormenta.
Pero al mismo tiempo, los Faros son signo y símbolo de la espera. En el Faro mismo o a su alrededor, viven los que esperan. Los que esperan a las naves o a quién el Faro oriente. Y también los navegantes esperan llegar a él. Como todos esperamos alumbrar y ser alumbrados. Como todos esperamos arribar al final del camino de la vida, al cumplimiento de nuestro deber evolutivo.

El Faro se yergue solo y poderoso como un Rey. Persistente y resistente bajo la tempestad, los quemantes rayos del sol pleno e impasible al furioso oleaje que golpea sin cesar su base, cumple con su trabajo de conductor.
Irradia su fulgor señalando la costa, es decir, nos marca el límite o la meta.
El Faro con su luz propia e individual, se parece al hombre frente al universo. Una ínfima luz que lucha, con orgullosa emancipación, por cruzar la noche en que vive esa libertad, sin perderse y con la secreta esperanza de llegar al día, a la Fuente de Luz. El hombre es una parte independiente pero dependiente y anhelante del Todo. Una llamita humilde que busca unirse al fuego sublime.
El Faro está estable, incólume en su orilla, tal como las estoicas columnas de los templos o las altas montañas. Éstas, aluden a la presencia divina y los Faros son como ellas, pues también se elevan, como alabando a Dios, hablando de él o con él. El Faro aleja el temor a extraviarse, como sentir y ser consciente de lo Divino, ayuda a estar centrado.
Son también como los menhires, las grandes y verticales piedras sagradas que custodiaban a los hombres del pasado. Los Faros son preferentemente erigidos sobre las más elevadas rocas de las riberas e islas, y es más, muchas veces son construidos con piedra, siendo como una continuación de ésta.
Los menhires (como muchos totems con disposición encolumnada) desempeñan el papel de guardianes, protegiendo y vigilando, incluso, las moradas de los muertos, y sus formas fálicas simbolizaban la existencia, la perdurabilidad y la fuerza, cualidades del principio masculino. El Faro, como símbolo, también tiene un rol paternal que contiene estas implicancias.
Además, el simbolismo de la piedra encierra la relación o comunicación cielo-tierra (Dios- hombre) y viceversa.
Ya en la prehistoria el hombre observaba que las piedras caían del cielo (las llamadas "piedras rayo": los aerolitos) y que volvían al cielo elevándose naturalmente en las montañas, lo cual fundamentaba uno de los motivos de su adoración.
Así comenzó a levantarlas él hacia el cielo, construyendo. La piedra trabajada constituye el templo, desde el más simple hasta las más majestuosas catedrales góticas. Ya las primeras y básicas construcciones que el hombre realizó con sentido místico y cósmico, consistían en colocar, simplemente, una piedra sobre otra formando un pilar, justamente imitando a la montaña y al árbol, tratando de elevar su tierra (la materia) a los planos superiores.
Es el sentido simbólico de la verticalidad y que conlleva, junto al de centralidad, al del "eje del mundo", como así también al de la autoafirmación y autoconciencia. El Faro al ser un pilar de luz, como símbolo, guarda ese mismo contenido.
Los Faros, con sus formas de obeliscos (también símbolos relacionados a la piedra y a los "ejes sagrados") pero con remate iluminado, o de mástiles con cofa resplandeciente o que enarbolan una extensa bandera de luz, o de fuertes torres pero no truncas sino coronadas de luz, son flechas que se estiran hacia los cielos. Igual que el hombre que busca, y siguiendo los llamados de su espíritu, crece y alza los ojos a lo Supremo, encontrando y encontrándose.
La torre que forma parte del Faro, es también símbolo del alerta, pero además, de la escala con sus etapas de ascensión hacia la puerta celeste: la evolución espiritual. El Faro, sin ser, obviamente, una construcción religiosa, al ser una torre de cúspide refulgente, una torre ciclópea, como símbolo, parece anunciar el arribo celestial, parece estar indicando esa cumbre. Aunque su rayo se extiende por la tierra y no hacia arriba, lo que dispersa es luz. Simbólicamente, entonces, es la luz divina que baña o cubre la tierra, el plano inferior o mundo denso. Y aquí se relaciona también, con el campanario, que pregona (pero con el sonido) lo divino, siendo el llamado a la reunión en el lugar sagrado.
La similitud con el campanario comienza en que ambos son torres. El campanario dispersa lejos un llamado religioso. Advierte el lugar sagrado. Y está también ubicado, con forma de torre, en la parte más alta del templo. Como en el Faro, en el último trayecto de esa torre, se encuentran las aberturas a los cuatro puntos cardinales, por las que salen los tañidos de las campanas.
También hay campanarios que no pertenecen al templo, que no tienen, al igual que el Faro, función religiosa. Fuera del contexto místico, Faro y campanario continúan vinculados, ya que son el llamado, la advertencia y el augurio.
El Faro, al igual que la torre, es un símbolo solar. Su forma circular, su posición erguida y dirección recta, su colofón de lumínico rayo, simbolizan la penetración y expansión espiritual.
Los faros son atalayas rutilantes. Desde los atalayas se pueden visualizar vastas zonas del mar o de la tierra para prevenir peligros o noticiar novedades. El foco del Faro tiene, desde la altura, la visión única y derecha con alcance a enormes distancias. Esto convierte al Faro en una excelente analogía de la visión clara: poder ver desde la lejanía, es poder apreciar bien una verdad.
De su "cabeza con único ojo frontal" (tal como el "tercer ojo", el sexto chakra "Ajna": la visión superior), que todos los puntos cardinales puede ver en el giro de unos segundos, sale la luz que resplandece la distancia, tornándose símbolo de la inteligencia, la sabiduría y el espíritu que alcanza la mirada unificadora y totalizadora, ya integradora de la dualidad u opuestos, que deja así, de tener límites.
Al igual que el ojo del domo o claraboya de las bóvedas centrales de las basílicas (el "ojo solar" u "ojo de Dios"), que provocando la luz cimera de las iglesias son su cierre sublime; el Faro concluye con la luz que posee. El simbolismo de estar coronado por ella nos remite, todavía a sumarle un punto más. Esa luz coronaria también resulta metafórica del séptimo y último chakra, el "Coronario": la conexión con lo Supremo.
Por último (aunque el tema no quede agotado), justamente en su interior, se hallan siempre las largas y, para más y mayor valor simbólico, espiraladas escaleras, que conducen a su pináculo luminiscente.
El simbolismo de la escalera, como ya dijimos, es el ascenso a la perfección del ser y al centro espiritual. No podemos dejar de recordar el simbolismo bíblico de la "Escala o Escalera de Jacob", por ejemplo, el puente vertical que atraviesa todos los planos existenciales, todas las jerarquías universales. Para nosotros los hombres, en el suelo de piedra (el basamento de los Faros) de nuestra existencia, comienzan los peldaños de ésta simbólica escalera.
Cada uno de sus escalones marca un costoso paso evolutivo hacia el saber y el conocimiento. Y su espiralada forma, simboliza el movimiento cíclico y ascendente de la evolución, la constante sucesión de ciclos que comprende la vida. Es el ascenso a la superación, a la liberación de la humana condición de bipolaridad. El final de la escalera, como exactamente sucede en un Faro, es la llegada a la "cima iluminada". En los Faros, la cabina donde se encuentra la gran linterna es, peculiarmente,"circular"; de noche, extremadamente luminosa y de día, al ser una gran vidriera, resulta ser siempre un ámbito de muchísima luz y gran visibilidad.

Más allá del enorme abanico de connotaciones que el Faro como símbolo ofrece, su delicada silueta de variadísimas formas, delineada sobre los bellos e innumerables escenarios de la naturaleza en que se halla, siempre enciende el vuelo poético, siempre invita al sueño despierto, provocando a la imaginación y movilizando los sentimientos porque es una admirable estampa serena, que al pie de las aguas el horizonte contempla, tal como un alma en armonía. Meditarlos es un gran deleite.
Quien haya tenido la oportunidad de estar frente a un Faro y conocerlo por dentro, habiendo subido su estrecha y entubada escalera que sólo admite una persona, y por tramos en penumbra a causa de los esporádicos tragaluz (tan simbólica del andar en nuestras múltiples vidas); y haya llegado hasta la cumbre encontrándose con su fanal encendido y los balcones que lo rodean, donde se habrá extasiado desde esa altura ante un panorama bellísimo, mientras el viento lo palmeaba y la sensación de libertad y plenitud lo embargaba (tan simbólico de lo que llamamos nuestras muertes), seguramente compartirá estos comentarios.-


Autora: Elsa M. Rolla.