LA TEMPLANZA

Y después de La Muerte llega El Ángel. Luego del impacto que la primera generara, La Templanza trae paz, calma, armonía.
En algunos tarots este arcano lleva el nombre de El Alquimista. Si hacemos un poco de memoria La Alquimia buscaba transformar el plomo en oro, proponía que toda materia, a través de procesos de combustión, destilación, separación y purificación, podía desprenderse de todos los elementos innobles, hasta encontrar su más fina esencia. Sabemos también que esto que se producía en los alambiques y retortas del laboratorio del alquimista era la manifestación externa de su propio proceso interior de limpieza, purificación y transformación.
El Tarot también, a través de sus arcanos llenos de simbolismo, nos muestra este proceso. Como recordarán al iniciar nuestro camino por los arcanos; dejando de lado a El Loco, quien nos representaba, habíamos dividido el resto en tres grupos de siete. Así como el primer ciclo nos hablaba de nuestra conciencia y preocupaciones de la vida en sociedad, el segundo hacía referencia al recorrido interior hacia el encuentro con el Sí Mismo. La Templanza cierra esta segunda serie de siete y nos prepara para un nuevo salto evolutivo, aquel que nos llevará desde este mundo interior nuevamente hacia la luz de la conciencia, pero será ya una realidad distinta, despojada de las falsa ilusiones de nuestro ego.
En el primer grupo de arcanos habíamos encontrado figuras poderosas, casi todas ellas nos miraban estáticas ocupando todo el escenario de la carta. En el segundo grupo, en cambio, lo que prevalece es el movimiento. En La Justicia, que inicia la serie, si bien ella está quieta, el movimiento viene sugerido por la balanza que sostiene en su mano. El Ermitaño recorre su camino guiado por su luz. La Rueda de la Fortuna gira a perpetuidad, La Fuerza avanza y retrocede jugando con el león, El Colgado se columpia en su horca. La Muerte danza blandiendo su guadaña, mientras inclina su cabeza invitándonos a conocer a La Templanza. Ella sencillamente aparece ante nosotros sin el brillo, el ruido o la urgencia de otros ángeles, como el de Los Enamorados o el de El Juicio, como si siempre hubiera estado allí, para nosotros.
En ella también todo nos sugiere movimiento: los graciosos pliegues de su túnica, sus alas desplegadas, la posición de sus brazos sosteniendo las copas. Pero ¿ cual es la danza que baila este angelito? No es otra que la eterna danza de los opuestos. Su nombre Templanza significa "moderar", "combinar adecuadamente" "mezclar". Uno de sus pies está apoyado en la tierra de la realidad concreta y el otro se sumerge en las aguas del inconsciente; el sugerido aletear de sus alas parecen traernos el aire de la energía divina a nuestro mundo cotidiano.
En algunos tarots uno de sus cántaros es plateado como la luna y el otro dorado como el sol, en otros uno es rojo y el otro azul. Sean cuales sean sus colores remiten a los opuestos: consciente e inconsciente, fuego y agua, espíritu y materia, masculino y femenino, realidad exterior y conciencia interior. En ésta, su tarea de trasvasar el agua, o quizás deberíamos decir energía, de uno a otro cántaro, el angelito está buscando la adecuada combinación de estos opuestos para que se manifiesten en nuestra vida.
Luego de la terrible experiencia de ruptura, destrucción y desmembramiento que vivimos con La Muerte, justamente su misión es la de ayudarnos a reunir los miembros que la primera sembrara sobre la tierra, para conectarnos con la vida de una manera más libre, fluida y auténtica, autenticidad derivada de la armónica relación entre nuestro ser interior y el devenir exterior, habiéndonos desprendido del ego que otrora construyéramos sobre costumbres y normas impuestas.
Quizás La Templanza siempre ha estado allí, esperando la descubriéramos. Como nuestro Ángel Guardián nos brinda amor, protección, paciencia, fe, nos habla de encontrar la justa medida, la situación adecuada, el momento propicio y tal vez deberíamos cantarle como cuando éramos niños:" Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me abandones ni de noche ni de día".


Autora: Mónika Claudia Zajdman.