LA MUERTE

En este camino que El Tarot nos muestra, camino que no es otro que el que nos lleva al conocimiento del Si Mismo, inmediatamente después de El Colgado, llega el arcano número XIII, La Muerte. No es azarosa ésta, su ubicación en la serie. Como recordarán El Colgado permanecía suspendido de un árbol cabeza abajo y por debajo de él corría el agua de la vida. Ahora, La Muerte nos indica el preciso momento en que nuestro colgado renuncia definitivamente a sus antiguas costumbres , creencias, estructuras, para caer hecho pedazos sobre la tierra fértil, que lo hará crecer hacia un nuevo estado de conciencia.
Para la cultura popular, el número trece trae mala suerte, posiblemente porque se lo relaciona con Judas, el decimotercer invitado a la Ultima Cena, invitado que generó traición y muerte, pero también resurrección.
El número de La Muerte, el trece, rompe la perfección, armonía y elegancia del doce, número que conectábamos con los doce meses del año, las doce tribus de Israel, los doce signos del Zodíaco. Al romper este orden conocido, nos trae un cambio, nos introduce en una realidad distinta, que puede confundirnos y desorientarnos al comienzo, pero que es vital, creativa y llena de nuevas posibilidades.
Como otros arcanos de El Tarot, La Muerte también nos habla de polaridad, pero su manera de mostrarla es muy particular y sutil. Su nombre es femenino, pero la imagen que la representa, al menos en los diseños más antiguos y tradicionales, es un esqueleto (masculino), blandiendo una guadaña manchada con la sangre de los cuerpos desmembrados a sus pies. Pero no es casual que las cabezas, las manos, los pies, hayan caído sobre la tierra. En realidad han sido cuidadosamente sembrados, y los veremos luego renacer, más felices y evolucionados en El Juicio.
Ese esqueleto nos está pidiendo que descubramos nuestra verdad interior, que descubramos nuestro verdadero ser, que nos despojemos de ropajes y máscaras innecesarias, de nuestra piel y nuestra carne, si fuera necesario, para mostrar nuestros huesos pelados, nuestra verdad desnuda hasta llegar a nuestra esencia, aquella que no muere, sino que evoluciona hacia un nuevo nivel de entendimiento, comprensión y sabiduría.
Es cierto que su diseño impresiona y asusta, no puedo dejar de sonreirme al visualizar a muchos consultantes que ante su aparición en una lectura abren muy grandes sus ojos, se ponen pálidos, transpiran, se revuelven en sus sillas, para luego preguntar con voz queda, ronca o entrecortada "¿Me voy a morir?" Más allá de su verdadero significado, el de cambio y transformación tanto a niveles psíquicos como espirituales, lo cierto es que el Arcano XIII podría también, en algunos casos, indicar una muerte física. Pero no menos cierto es también, la sobrecarga de dolor, temor y espanto que nosotros humanos, sentimos ante su presencia. Nos horrorizamos ante las terribles muertes colectivas, ya sean naturales o provocadas por nuestras propias manos de humanos enfrentados por odios ancestrales o por deseos de poder todavía no trascendidos; lloramos desconsoladamente ante la muerte de un ser querido y ni siquiera nos atrevemos a pensar en nuestra propia muerte, como si nunca nos fuera a ocurrir. Pero desde el momento que nacemos, lo único que realmente sabemos, inconscientemente tal vez, es que algún día moriremos, lo que no sabemos es que nos sucederá entre un momento y otro. Y quizás sea ésta , su condición de circunstancia única, inexorable e imprevisible, lo que nos genera tanto temor, al punto de negarnos a pensar en ella, en el cómo, cuando, donde y porqué La Parca nos vendrá a buscar.
Si pudiéramos comprender que nuestro cotidiano vivir está sembrado de pequeñas muertes y renacimientos, que decir Naturaleza es decir Vida-Muerte-Vida, que nosotros como seres humanos formamos parte de ésta, su rueda sin fin, podríamos tal vez, aceptar más humildemente la idea de nuestra propia muerte como un acontecer natural de nuestra vida, ya no nos produciría tanto espanto.
Pintores, escultores, músicos, poetas de todas las épocas y culturas han rendido honores a La Muerte, se han conectado profundamente con su esencia y han volcado en sus obras de arte todo el sufrimiento, el dolor y el amor que la misma genera. Quizás nosotros hoy podamos cantar como León Gieco "Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente... que la reseca Muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente...".



Autora: Mónika Claudia Zajdman.