LAS LLAGAS DE BORIS

Al principio del siglo pasado, en un pueblo perdido de Siberia, todos trabajaban para una única fábrica. La del Estado.
En pleno invierno, y con temperaturas inferiores a los 40 grados bajo cero, los obreros dejaban sus hogares antes del amanecer, para llegar en hora a la Fabrica.
Considerando los castigos que podía llegar a sufrir el que llegara tarde al trabajo, se le había encargado al camarada Boris que tirara de la soga del campanario, a las 6.00 de la mañana.
Gracias a Boris y a su puntualidad, todos dormían tranquilos, hasta las 6.00 de la mañana.
Así fueron transcurriendo algunos meses, luego algo alarmó a la población: las manos de Boris comenzaron a llenarse de llagas. Boris no podía trabajar correctamente y esto ponía en peligro todo el sistema creado.
A pesar de todos sus conocimientos el médico oficial del pueblo no pudo curarlas, y le sugirió a Boris que usara guantes, para poder continuar haciendo su trabajo.
Pero las manos de Boris siguieron "enfermando".
Entonces se convocaron a las principales eminencias de la región, para encontrar la causa y la solución de las llagas de Boris. Pero no hallaron explicación alguna del fenómeno.
Finalmente el Curandero del pueblo, aportó la solución.
Es que a las 6.00 de la mañana, cuando Boris, haciendo sonar las campanas, despertaba a todos y cada uno de los habitantes, estos lo hacían con un primer y único pensamiento en su mente.
Un gran pensamiento que se posesionaba de la pura y tranquila atmósfera de la noche de Siberia.
Un gran pensamiento, que aún los más santos, inconfesablemente tenían.
Es que todos, a su modo, insultaban a Boris, a su mamá y quizás a su abuela.
Por culpa de Boris, había que despertarse en medio de la noche.
Por culpa de Boris, había que dejar la cama.
Por culpa de Boris, había que dejar el cálido hogar.
Por culpa de Boris, había que ir, en medio de la nieve congelada, a trabajar.
Por culpa de Boris....
Y todos esos pensamientos, cada día se hacían más fuertes, y antes de cada amanecer se concentraban amenazadores sobre el campanario. Luego, aprovechando las penumbras entraban en la campana, bajaban sigilosamente por la soga y se quedaban en las manos de Boris.
Todos esos pensamientos se convertían en llagas ardientes.
Fue necesario que el Alcalde convocara a todo el pueblo al Ayuntamiento para que el Curandero les explicase el problema y la solución a aplicar.
Y todos colaboraron.
Pues en el fondo todos querían al bueno de Boris.
A la mañana al despertarse, comenzaron a agradecer a Boris.
Gracias Boris, por ayudarme a mi despertar.
Gracias Boris, por ser mi amigo.
Gracias Boris.
Las llagas desaparecieron.

Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.