LA SOLUCION DEL AVESTRUZ

Cada día que pasa observo más seres angustiados, más niños atemorizados, más hombres desesperados, más mujeres que lloran. Y estas mismas personas, aun los niños, van a dormir con una pastillita que previamente han tragado con un vaso de agua. La noche se cierne sobre la ciudad y toda la angustia del día se aplaca también, dando paso al sueño forzado pero necesario para seguir viviendo al otro día. La escapatoria ha dado resultado, la fuga ha resultado un éxito, la pastilla hizo su efecto: permitió dormir.
Un número creciente de hombres y mujeres angustiados, en todo el mundo, recurre al amplio abanico de posibilidades que dan los psicofármacos y drogas somníferas para escapar de un ambiente hostil ante el cual se sienten incapacitados para integrarse. Lo que la gente consumidora de psicofármacos no advierte ni se da cuenta, es que paulatinamente, sin prisa pero sin pausa, han caído en las redes de una adicción. Después de la pastillita, será muy difícil volver a dormir sin ella. Al regresar a la vida cotidiana cada mañana, reaparecerá la angustia, el miedo anulará el placer de planificar para el futuro, el alerta diario de la lucha por la supervivencia reforzará las condiciones negativas en las que se vive. Lo que se ha hecho fue adoptar la solución del avestruz: esconder la cabeza bajo la tierra ante el peligro o, lo que es lo mismo: tomar una pastilla para dormir y olvidarse de todo.
Los somníferos, los psicofármacos, bloquean el sueño fisiológico y no logran disminuir las tensiones al despertar, ni hacen decrecer los temores de la vida de vigilia.
Como participante de esta sociedad en la que estamos, no puedo negar las condiciones tremendas en las que se vive, donde nuestra naturaleza humana se defiende continuamente como en una selva llena de peligros ante la incertidumbre cotidiana. Pero es importante comprender que una cuota de miedo es normal y hasta necesaria para no perder el sentido de alerta y nuestra capacidad defensiva, siempre y cuando el temor no nos domine hasta paralizarnos. En ese caso, lo que recomiendo es apelar a los tratamientos naturales y a la asistencia psicológica. Hay muchas soluciones que nos alejarán de las drogas si ponemos nuestra voluntad en aceptar la realidad y renovar nuestra capacidad de lucha. Un vaso de leche caliente al acostarse, una infusión de tilo, productos homeopáticos, flores de Bach y la consulta con un terapeuta, pueden transformarse en excelentes paliativos para la angustia y la desesperación. El psicofármaco consumido como escapatoria nunca nos curará ni anulará los miedos.

Autora: Lic. Alberto Peyrano.