¿MITADES COSMICAS?
IV Parte

Habíamos dejado al Sol y la Luna abrazados en una aparente órbita eterna de amor. ¿Eterna?, quien sabe...
Lo que si se sabe es que al poco tiempo, empezaron a vivir juntos, con lo poco o mucho que tenían, pero juntos.
El Sol se sentía tan feliz, ahora que había encontrado a su Luna, que dejó el claro del bosque y volvió a ocupar su cetro en el centro del Sistema Solar. Desde allí vigilaba y dirigía cada uno de sus planetas. Controlaba que hiciesen lo correcto y que mantuviesen sus órbitas. No fuese que justo ahora alguno chocase contra otro y le estropease el día al Sr. Sol.
De este modo se mantenía muy ocupado dirigiendo personalmente todo el sistema solar, y asegurando su permanencia en la Vía Láctea.
Pero, ¿por qué tanta dedicación?.
Es que el Sol, inspirado en el amor que prodigaba a su Luna, ya abrigaba sueños de más poder. Aspiraba, no solo a tener un lugar de preponderancia en la Vía Láctea, sino llegar a dirigirla, luego de lo cual seguramente toda la galaxia se inclinaría para pedirle consejos.
Por supuesto con tanta dedicación a sus asuntos de estado tuvo que dedicar menos tiempo a su Luna. De todos modos eran felices. Sabían que lo importante era lo que hacían cuando estaban juntos y no cuánto tiempo de reloj compartiesen.
Fue entonces que la Luna comenzó a dedicar su tiempo a engalanar y equipar el hogar de la nueva pareja. Empezó a hacer notar que faltaba esto y aquello. Objetos de los cuales el Sol rápidamente hacía una lista y se apresuraba a comprar para que la felicidad fuese eterna.
Pasó el tiempo y en algunos momentos la Luna comenzó a decir que él ya no estaba tanto tiempo como antes con ella, y que las enseñanzas que antes le impartía se habían descuidado con tantas ocupaciones del Sol.
Entonces él la hacia comprender sus proyectos y le decía mientras sacaba pecho:
- Vida mía, dime qué te falta para ser feliz, y yo como Rey del Sistema Solar te lo conseguiré de inmediato.
Él sabía que era cuestión de cumplir unos pocos deseos más de la Luna, de comprar uno u otro artículo más, para que su Luna, finalmente cuando tuviese todo lo que necesitara dejaría de reclamar cosas y se pondría a disfrutar de la vida junto al Sol.
Y así pasó un poco más de tiempo, en el cual la Luna se sentía cada vez más inquieta y más cambiante. Hasta que finalmente ella misma comenzó a preocuparse. Es que ya no podía sostener mucho tiempo su cara de Luna llena, pues se encontraba de golpe sin luz, apagada. Entonces pedía algo más, en la creencia que era eso lo que la iluminaría de nuevo, pero no, era inútil, seguía apagada.
El Sol trataba de satisfacerla, pero parecía no entender lo que ella quería: es que el Sol se limitada a darle lo que ella pedía, no lo que ella quería. ¿Y qué quería la Luna?.
La realidad es que nuestra heroína no sabía lo que quería. Esto no era una novedad para ella, pues durante toda su vida le había sucedido lo mismo.
Creer que quería algo, para luego al obtenerlo darse cuenta de que ya no lo quería.
Ella esperaba que el Sol adivinase lo que ella quería, pero ahora comenzaba a darse cuenta de que él tampoco sabía lo que ella quería, o necesitaba...
Y de este modo comenzó a sentirse defraudada por el Sol, mientras se preguntaba:
"¿Cómo un ser, que se dice tan sabio, no está en grado de saber lo que ella desconocía de si misma. Lo que en realidad quería y necesitaba?.
De este modo la Luna había puesto en el Sol la responsabilidad de descubrir lo que la hacia feliz. Y el sol estaba fracasando en el intento.
La tormenta se estaba gestando, un Cumulus Limbus que haría temblar de pánico a cualquier marinero avezado en el conocimiento de las pequeñas nubes que van creciendo en el horizonte.
Y nuestro distraído Sol , en vez de descubrir en las entrañas de la nube la gran tormenta que se estaba gestando, estaba distraído comprando cosas en el puerto para engalanar el barco que iría indefectiblemente hacia la tormenta.

Fin del Capítulo 4... Continúa leyendo el siguiente capítulo aquí.

Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.