COMPRANDO EXPERIENCIA
(basado en una historia real)

La noche del sábado con todos sus ruidos estaba quedando atrás, mientras ellos tres se encontraban sentados a la mesa de un bar del centro de la Ciudad. Habían dado las cuatro de la mañana y a medida que avanzaba la hora se iban transformando más y más en filósofos.
¿El tema?. A esa hora el tema ya no importaba demasiado y surgió espontáneamente cuando observaron a dos chicos que, sentados a la barra del bar, le pagaban una copa a un anciano, para después burlarse de sus consejos.
Fue Juan quien comenzó.
- Es curioso cómo la experiencia "de vida" no se puede transmitir de los mayores a los menores. Cómo lo que piensa el anciano, se convierte en "¿Qué puede saber ese viejo ga-ga?".
Gustavo acotó:
- Sí, es cierto, se desprecia lo que el anciano aprendió por el hecho de vivir, por haber pasado por la vida, por haber llegado al final y darse cuenta, al hacer un balance de todo lo hecho, de lo que era importante y lo que era trivial.
Juan retomó la conversación.
- Es que el anciano que ahora dispone de toda su vida desplegada ante sí como si estuviese sobre una mesa de análisis, puede darse cuenta de que quizás había que haber puesto más energía en algo y menos en otra cosa, que quizás se valoró demasiado ciertas cosas y se le negó importancia a otras, que tomó caminos equivocados que no lo conducían a ningún lugar.
Gustavo agregó:
- ¡Qué especie de burla del destino!, ahora que el anciano tiene claras las verdades de la vida, y quiere desesperadamente trasmitírselas a la juventud, se encuentra con la realidad de que no es escuchado, o que recibe comentarios del tipo: "¡qué le va a hacer nono!, las cosas cambiaron mucho", y el "nono" se indigna, pues quiere gritar que las cosas no cambiaron nada, que es siempre es lo mismo bajo otro ropaje, que cambió la apariencia, que las situaciones que se presentan básicamente son siempre las mismas.
Por primera vez se escuchó la voz de Valeria, que dijo casi con temor de hablar:
- Los animales en cambio, por ejemplo las hormigas, vienen diseñadas de fábrica con el modelo de cómo hacer las cosas del mejor modo posible; "la hormiga cortadora", tiene programado al nacer el mejor modo de cortar la hoja, en consecuencia no necesita plantearse otro modo de hacerlo, o ponerse a discutir con sus congéneres sobre cómo se debe transportar la hoja al hormiguero.
Valeria pensó un poco y agregó:
- Esto seguramente le da paz a la hormiga, pues le quita el problema de decidir. Y agregó sin mucha firmeza que conocía algunas personas que se parecían en eso a las hormigas, aceptando que otros les digan cómo deben hacerse las cosas. Pues decidir entre esto y aquello, llevaba implícito la posibilidad de equivocarse, y no sólo sufrimos en el proceso de decidir, si no también después, dudando en el haber hecho o no la elección correcta.
Gustavo dijo, medio en broma:
- Bueno, si tuviésemos toda la experiencia incorporada al nacer como la tiene la hormiga, seguiríamos viviendo en las cavernas, sin posibilidades de progreso. Y el hombre progresa desde que puede elegir. Recordemos que desde la época de la caída del paraíso, cuando nuestros queridos Adán y Eva tuvieron que elegir por primera vez del árbol del bien y el mal, parece que eligieron mal, pues los echaron del paraíso, y no les dieron una segunda oportunidad. De ahí que nos asuste asumir las decisiones. Los tres rieron de buena gana liberando tensiones.
Juan, recuperando la seriedad, agregó:
- Y ahora nosotros estamos siempre eligiendo, con lo cual si conseguimos algo perdemos otra cosa "todo no se puede tener al mismo tiempo". Esta capacidad de elegir cada vez mejor dentro de las opciones que se son presentan, es lo que llamamos experiencia. Y experto, al que hace las mejores elecciones en algún tema o arte en especial. La cultura se ocupa de atesorar estos conocimientos para que las generaciones futuras conserven y mejoren el modo de hacer bien las cosas.
Gustavo dijo:
- Pero volvamos un poco a esos grandes contenedores de la experiencia que son los ancianos. Antes existía lo que se podría llamar una especie de conciencia colectiva de experiencia. Antiguamente se consideraba a los ancianos como sus portadores y por ello se los consultaba antes de tomar decisiones, y no sólo en culturas primitivas como las indígenas, en culturas altamente evolucionadas como la romana los ancianos tenían un lugar de privilegio.
Juan, no tan culto como Gustavo, quiso hacer también su aporte y agregó:
- Pero esto lo vemos también en las películas de indios, cuando el joven jefe indio, que por un tema menor, quiere ir a la guerra con la tribu vecina, previamente debe conseguir la aprobación del consejo de ancianos, que con su serenidad y la sabiduría que dan los años toma la decisión definitiva.
Acotó Valeria:
- Actualmente existe en Estados Unidos una revalorización de las personas mayores, y se ha creado una asociación que agrupa a aquellas personas que por la edad ya no están en plena actividad, pero que conservan dentro de su cabeza aún todos los conocimientos. Esta asociación es buscada como consejera por las empresas ante casos concretos a solucionar.
Luego Valeria se quedó como ensimismada y se preguntó:
- ¿Pero por qué es despreciado el conocimiento del anciano en nuestra sociedad?, ¿por qué se llega al extremo, en esta búsqueda de lo joven, de ver avisos donde se solicitan profesionales con amplia experiencia y no más de 26 años de edad, y se afirma que una persona de más de 50 años está fuera del mercado laboral?. ¿Por qué es tan difícil para el joven acceder y aceptar el consejo de los mayores?.
- Será que no quieren que les manejen la vida -dijo Juan a modo de chiste- No quieren convertirse en marionetas de sus mayores.
Pero nadie se rió.
- Eso puede ser cierto en algunos casos -dijo Gustavo-, pero ¿por qué cuando la persona mayor le dice al joven: "Tené cuidado, no hagas eso que podés salir lastimado como me pasó a mí en su momento", el joven lo mira con cara de suficiencia?, mientras piensa: "¡Qué va a saber este señor de lo que me está pasando a mí!. Ahora todo cambió, y además yo la tengo clara y él seguramente cuando lo hizo no lo tenía tan estudiado como yo".
Gustavo, volviendo al tema de la evolución humana, agregó:
- Si las cosas se siguiesen haciendo como las hacían nuestros mayores, no habría progreso humano, no se olviden de eso. Será por eso -aventuró- que venimos programados desde el nacimiento con una predisposición digamos natural a "no aceptar los consejos de los mayores", a querer hacer nuestra propia experiencia, a pagar por nosotros mismos el derecho de piso, para convencernos de que algo es así.
Valeria acotó:
- Mientras que el precio a pagar no sea demasiado caro...
- ¿Qué querés decir? -le preguntaron al mismo tiempo Juan y Gustavo. Y Valeria les contó la historia.
Se acordó de ese día cuando ella tenía 20 años, y que siendo casi las doce del mediodía caminaba por Avenida de Mayo hacia su trabajo, y de pronto necesitó apurar el paso, pues sentía atrás suyo las pisadas de ese hombre. Hacía ya dos cuadras que se había dado cuenta que la seguía.
Para tranquilizarse se dijo:
- Es normal que un hombre siga a una chica por la calle, no tienes de qué preocuparte. Es uno de los cargosos de siempre.
Y apuró un poco más el paso. Llegó a la puerta del edificio y entró. Junto a ella entró un vecino que la saludó sin mirarla y el hombre que la seguía aprovechó para entrar junto a ellos.
- ¡Qué pesado que es! -pensó para si, pero ahora comenzó a intranquilizarse.
Al bajar en el segundo piso lo perdió de vista y se serenó.
Se metió por el pasillo, llegó a la puerta de la oficina y como era la primera en llegar se puso a abrir las dos cerraduras para poder entrar, y de pronto una voz atrás suyo le heló la sangre; era el hombre que le decía:
- Si estás solita podemos entrar y charlar un poco.
Los siguientes dos minutos no los recuerda bien, sólo que le contestó algo y que el hombre se retiró.
Luego dificultosamente entró a la oficina, pues las piernas no le respondían, y las lágrimas no la dejaban ver bien.
En un segundo le pasó por la mente las imágenes de lo que podría haber pasado si el hombre hubiese ejercido presión para entrar. Nadie habría podido escuchar sus gritos, su dolor.
Movió la cabeza y trató de quitarse esos pensamientos, mientras se ponía a llorar, lloraba porque tenía miedo, pero además lloraba porque con un poco de cuidado y atención podía haber evitado el incidente. Lloraba porque se daba cuenta de que era humana y por un momento tomaba conciencia de la fragilidad que ello implica. Fue un tiempo después que empezó a agradecer lo sucedido. Sí, estaba agradecida por la experiencia y...
Valeria no pudo continuar su relato pues Gustavo la interrumpió diciendo:
- ¡Ahí está la clave, ahí está! -Y sin esperar ser entendido se levantó de la silla, dijo que se le hacía tarde, saludó a sus amigos con un beso en la mejilla y con una sonrisa extraña se fue del bar, dejando sorprendidos a sus amigos que no podían entender qué había pasado.
Luego de tres meses finalmente Gustavo llamó y se volvieron a reunir en el bar. Juan y Valeria estaban expectantes por saber qué había sido de Gustavo en estos meses. Y lo primero que los sorprendió fue su calma y alegría.
- Bueno, finalmente nos contarás qué pasó -Dijo Juan a modo de inicio.
- Sí -contestó Gustavo y comenzó su relato- ¿Se acuerdan cuando hace tres meses yo decía "ahí está la clave"?, fue porque de pronto pude ver de un pantallazo a través del relato de Valeria el tema de la experiencia. ¿Se acuerdan que Valeria agradecía la experiencia?, ¿por qué?. Pues Valeria se había dado cuenta que con "ese susto" había comprado una experiencia que otras personas habían tenido que pagar más caro, y por eso se había originado su relato en la frase "si no es demasiado caro...". Recién luego del incidente tomaron, para ella, realidad las palabras de sus mayores recomendándole todas las precauciones posibles ante la presencia de extraños. ¿Cómo podía ser que eso que hasta ese día, habían sido palabras vacías para ella, al llenarlas con el miedo se habían convertido en una experiencia válida?. ¿Cómo podía ser que nunca hubiese prestado atención a los carteles en las puertas de los edificios que decían "no permita que ingresen extraños"?. Y la clave estaba en que Valeria había escuchado, había incorporado mentalmente la información, pero no la había vivenciado para poder luego utilizarla como experiencia. Entonces me dije que ese método de tener que vivenciar algo para aprenderlo podía llegar a ser muy caro en muchos aspectos de la vida. La clave era que vivimos pagando un precio por comprar la experiencia. Esa experiencia que el anciano nos quiere dar gratis, nosotros decidimos pagarla, y a veces como nos contaba Valeria a precios que pueden llegar a ser exorbitantes. Y de pronto mientras Valeria hablaba, en medio de nuestra charla filosófica de café disertando sobre el problema de la juventud que no era capaz de aprovechar la experiencia de los ancianos, me di cuenta de que yo no oía a nadie. Comenzaba a darme cuenta de cuánta gente mayor conocía a la que nunca había escuchado, y me propuse que a partir de ese momento iba a empezar a oír a la voz de la experiencia. Y fue así como en estos tres meses me formé un grupo de cerca de diez asesores que me aconsejan en los principales asuntos de mi vida.
- Pero eso te debe costar una fortuna -interrumpió Valeria.
- Para nada -contestó riendo Gustavo- es toda gente anciana que me toma como "su niño mimado" y que juega a que me vaya bien en la vida. ¿Se acuerdan de que yo quería poner un negocio?. Pues les adelanto que lo puse y me está yendo muy bien.
- ¡Qué alegría! -contestó Juan- ¿no me digas que tomaste de asesor a un hombre de negocios exitoso retirado?.
- En realidad tomé a dos -dijo Gustavo- un hombre de negocios exitoso y otro que se fundió tres veces y nunca llegó a tener dinero, y la verdad es que aprendí más oyendo sobre los errores del que fracasó, que la formula del éxito del que triunfó.
Todos se rieron. Gustavo, para completar la idea les contó que una vez por semana se reunía con ellos para comentarles su vida. Y que los aportes de sabiduría de vida que le hacían estos ancianos, muchas veces contradictorios entre sí, le permitían "comprar experiencia" a valores muy inferiores a los que había tenido que pagar hasta ahora en su vida.
Juan y Valeria se miraron y sólo ellos se entendieron cuando le dijeron a Gustavo que estaban apurados y que se tenían que ir.
Es que tanto en la mente de Juan como en la de Valeria empezaban a aparecer imágenes de personas conocidas a las que de pronto sintieron necesidad de ver. Curiosamente todas estas personas tenían el pelo blanco.


Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.