UN BARNIZ DE DINERO

Toulet, acarició el cortapapeles de plata, miró su amplia oficina, cálida en ese frío invierno, se levantó, se acomodó los pantalones de su fino traje y miró por el ventanal la fábrica.
Allá abajo entre un ruido ensordecedor, más de cien obreros trabajaban sin parar. No tenían tampoco frío. El intenso esfuerzo al que estaban sometidos no les permitía tenerlo. Ya lo tendrían a la noche, el frío se les acercaría despacio ya desde la salida de la fábrica cuando el sol comenzara a ocultarse en el horizonte. Y los acompañaría hasta su humilde casa y se quedaría con ellos y con toda su familia hasta el día siguiente en que, comenzadas las tareas en la fábrica, el frío los dejase de nuevo libres para trabajar.
Ese mediodía Toulet tenía un importante almuerzo en "Le Petit", el fino restaurant del centro de París. Cuando sonó la campana de las doce y sus obreros se tomaron un pequeño descanso, Toulet se puso su abrigo de pieles, bajó las escaleras y subió al coche que lo esperaba abajo, los caballos se pusieron en movimiento felices de poder escapar del frío. Al llegar al restaurante el Maître en persona, M. Jourdan lo estaba esperando. Lo recibió con toda la pompa que se merecía, es que M. Toulet era considerado un gran amigo de la casa y más de una vez en público, Toulet había dicho que consideraba a M. Jourdan su amigo personal. Esto hacía sentir a Jourdan de un modo muy especial.
Luego de tomar personalmente el abrigo de M. Toulet, lo condujo hacia su reservado, mientras la gente desde distintas mesas lo miraba con envidia y curiosidad.
Se acomodó en su silla y se puso a ojear el diario del día, para ver cómo lo trataba la prensa.
A los pocos minutos, una hermosa dama se sentó a su lado. Toulet tenía un éxito impresionante con las mujeres, nadie sabía bien por qué, pero la realidad era que Toulet, con más de cuarenta años, tenía a las mujeres más bonitas de París a sus pies.
Comieron y tomaron de lo mejor y luego juntos en el coche se fueron hasta la casa de Toulet.
Esta era una especie de palacio de tres plantas cerca del centro de la Ciudad, con una gran entrada de piedras en la cual el coche hacía un hermoso ruido al ingresar.
Pasaron toda la tarde en el dormitorio, luego Toulet despidió a Marie, así se llamaba la dama, quien refunfuñando y a los besos se despidió de Toulet, el cual pasó a atender sus asuntos.
Toulet bajó a su biblioteca. Era inmensa y llena de libros que él nunca había leído, ni pensaba leer. Había hecho hacer la elección de los libros en base al color de los lomos y el tamaño, sin importar su contenido. En la biblioteca había una hermosa chimenea de mármol, que irradiaba calor en toda la habitación.
La usaba como una especie de sala de reuniones. Todo el mundo acudía a él. Es que Toulet sabía tanto...
El primero en ingresar fue Dulac, quien con voz preocupada le dijo:
- M. Toulet, debemos cambiar las condiciones financieras en nuestras ventas, pues sino no podremos hacer frente a las obligaciones de...
Toulet lo interrumpió.
- M. Dulac, Ud. es muy joven y no sabe de lo que habla, se cree que porque fue unos años a la Universidad puede darme consejos de cómo manejar mi negocio.
Dulac se encogió de hombros preguntándose para qué había hablado si era evidente que M. Toulet era incapaz de escuchar a nadie, sólo hacía como que escuchaba, pero apenas la otra persona hacía una pausa para respirar, cambiaba de tema mostrando que no tenía ninguna intención de seguir prestando atención a nadie.
Toulet había alcanzado una posición, desde la cual no estaba dispuesto a escuchar sino sólo a hablar, o a ordenar sino querían entender las ideas que él transmitía.
A continuación Toulet, todavía enojado por lo que él consideraba un atrevimiento, una impertinencia del joven Dulac empezó una vez más a contar su historia.
La historia de cómo Toulet había llegado.
- Ud. debe saber joven -dijo Toulet mientras comenzaba a pasearse por la habitación con aire imponente. Parecía Napoleón hablándole a sus generales luego de un gran triunfo. Mientras Dulac resignado, se acurrucó aún más al lado del fuego para escuchar por tercera vez en la misma semana una historia repetida- Yo empecé de abajo -continuó Toulet- y luego con mis condiciones naturales, y no con otras, fui creciendo. Yo no fui a la escuela -dijo con orgullo- y aquí me tiene. Pues como le decía, progresé, mis negocios mejoraron, usé siempre los mismos métodos, los que me llevaron hasta aquí y Ud. no los va a cambiar. Siempre invertí todo lo que tenía en dos grandes conceptos: uno en la fábrica para que ella estuviese siempre mejor y otro en mis placeres personales, que Ud. conoce y que son varios. Soy respetado y querido por todos. En los mejores restaurantes siempre hay una mesa reservada para mí. Las mejores mujeres caen a mis pies. Evidentemente tengo condiciones y aquí estoy para usarlas al máximo.
Dulac, en cambio, veía a su empleador de otro modo. Creía que Toulet era como un gran madero que una enorme ola había puesto allá en la cresta, y que en algún momento ese enorme madero sería arrojado insensiblemente por las fuerzas de la naturaleza a la playa. Y allí como un tronco podrido, sería hecho pedazos por los habitantes del lugar.
Parecía en cambio que Toulet se creía la más poderosa de las naves sobre la misma cresta de la ola. Toulet creía que estaba ahí navegando porque su timón lo había llevado a ese lugar tan alto y en consecuencia el futuro terrible que veía Dulac no existía para él.
Si alguno de los dos tenía razón sólo el tiempo lo diría.
En efecto, el tiempo pasó, y como un viento suave que fue quitando la arena sobre un objeto hasta dejarlo totalmente al descubierto, fue mostrando la realidad de la vida de Toulet.
Fueron necesarios sólo dos años a partir de esa tarde para que el gran madero fuese arrojado con toda la furia del mar a la playa y allí quedase inerte a la merced de todo y de todos.
La huelga se había desatado ese invierno, con los primeros fríos, era como que sus obreros ya no aceptasen la amistad del Sr. Frío cuando salían de la fábrica, ni en sus casas. Reclamaban mejores condiciones de vida y Toulet, desde la cima de la ola, no había estado dispuesto a acceder. Luego vino la toma de la fábrica, el cese de producción, más tarde el reclamo de los clientes que no podían seguir esperando, y por último la exigencia despiadada de los acreedores que querían su dinero. Ya no confiaban en Toulet. Cuando se vio perdido quiso recurrir a sus amigos, pero éstos se negaron a ayudarlo: ya nadie creía en él.
Toulet quebró, perdió todos sus bienes materiales, fue arrojado primero de la fábrica y luego, hasta de su palacio. La tarde que lo echaron de su mansión, salió por la puerta del costado para no ser visto por un grupo de trabajadores exaltados que lo buscaban. Caminó sin rumbo por una callejuela mientras el sol se ocultaba en el horizonte. De pronto sintió una mano que lo rozaba, se dio vuelta sorprendido, pero no vio a nadie. Al seguir caminando, la mano lo agarró firmemente. Entonces la reconoció, y se estremeció: era el Sr. Frío que venía a acompañarlo y a quedarse con él toda la noche.
Reconoció de pronto unas luces que vio a lo lejos; caminando sin rumbo había llegado al restaurant "Le Petit". Se ilusionó. Ahí estaba el Maître, M. Jourdan, su amigo; podría tener una buena cena y quizá un pequeño lugar donde dormir en las habitaciones de arriba del restaurante.
Casualmente en la puerta estaba Jourdan. ¡Qué suerte!, pensó Toulet, y se acercó a saludarlo. Jourdan lo miró con aire despectivo y le preguntó en tono cortante:
- ¿Qué desea Monsieur?.
- Pero ¿no me reconoce?. Soy Toulet, su cliente, y amigo -agregó casi con vergüenza.
- Sí, lo reconozco perfectamente M. Toulet, lo que no entiendo es qué desea Ud. hoy aquí y vestido de ese modo.
Toulet miró sus ropas, había sido echado tan imprevistamente de su casa que se había puesto lo primero que había encontrado: un conjunto de paseo. Toulet, por primera vez en muchos años dejó salir de su garganta estas palabras:
- Por favor, deme una cena decente y un lugar para dormir, por la amistad de tantos años...
- Retírese, o llamo a la policía.
La respuesta cortante le hizo bajar la cabeza y comenzar de nuevo a caminar. Metió las manos en los bolsillos de sus pantalones y siguió adelante. Cuando de pronto, encontró en ellos unos billetes. Poco dinero, pero suficiente para... Su rostro se iluminó, en la vereda de enfrente estaba la compañía de teléfonos y corrió a llamar a Marie. Ella sí lo ayudaría.
Al tercer llamado una voz contestó.
- Allô... Si, la casa de Mlle. Marie...
- Allô Marguerite, habla M. Toulet. Quisiera hablar con Marie -Toulet había reconocido la voz de la mucama.
- Voy a ver si está.
Toulet escuchó que la mucama hablaba con Marie y esperó alegre y reconfortado que Marie se acercara al teléfono.
En cambio apareció la voz de la mucama que dijo:
- Lo lamento Monsieur, Mlle. Marie no se encuentra en la casa, y no saben cuándo regresará.
Toulet colgó con amargura y volvió a la calle deshecho. Comenzó a caminar, y sacó una mano del bolsillo para agarrar la del único amigo que le quedaba, el Sr. Frío que lo siguió acompañando toda la noche.
Sintió un fuerte golpe en el casco del barco, luego otro y al tercer golpe se despertó y el barco desapareció de sus sueños. Estaba soñando que viajaba en un enorme barco sobre la cresta de una gran ola que quería arrojarlo contra los acantilados, cuando fue despertado.
- Despierte, despierte, Monsieur o se congelará. Era una voz profunda, amistosa, alegre.
Toulet abrió los ojos, se quitó la nieve de encima de sus ropas y miró hacia arriba. A pesar de tener el sol de frente que le impedía ver bien, vio una cara sonriente que le extendía una mano para levantarse. Se trataba de Yanis, un vagabundo, que vivía por esos lugares y que ya no quería ver otra persona muerta de frío en ese invierno.
Yanis le convidó una especie de agua caliente con algo oscuro en su interior que llamó café y Toulet lo tomó. Era asqueroso, pero al menos caliente.
Y se hicieron amigos. En los siguientes días Toulet le contó su historia, toda su historia. Mientras la narraba, ya no parecía Napoleón haciendo gala ante sus generales, sino un chico que por desconocimiento había roto un enorme ventanal de un vecino y que ahora tenía que pagar por ello.
Como siempre cuando Toulet terminaba de contar un capítulo de su vida, se preguntaba por qué todos le habían dado vuelta la cara cuando su éxito desapareció. Esto llevó un día a que Yanis le buscara una explicación.
- Toulet, debes entender, antes de volver al mundo de la gente que busca tener dinero y riquezas, que el dinero es como un barniz.
- ¿Como un barniz? -repitió Toulet sin entender.
- Es más, cuando los demás nos tratan cortesmente, creemos que nos tratan así a nosotros y no al dinero del cual estamos "revestidos", por así decirlo, en ese momento. Sí, como un barniz que nos cubre. A medida que vas teniendo dinero, tu persona se va cubriendo con capas de este barniz de dinero, una tras otra, hasta que llega un momento que ya nadie puede verte, sólo pueden ver el barniz que te envuelve.
- ¿Nadie puede verme como soy?.
- Nadie, ni tienen interés en ver detrás del barniz. Sólo interesa lo que se ve por afuera: un hermoso barniz de dinero, y es a esto que sonríe la gente, ante esto se inclina, esto es lo que acepta en ti, esto es lo que quieren las mujeres que dicen amarte: el barniz que te envuelve. Incluso llega el momento y esto es lo importante...-Yanis, miró hacia ambos lados como si alguien pudiese escuchar la conversación y enterarse de un importante secreto- que ni siquiera a ti te importa lo que hay debajo del barniz. Dejas de poner cuidado en tu interior. Y es entendible -Yanis se reía de lo ridículo y trágico de lo que decía.
- Sí, para qué vas a trabajar en algo que a nadie le interesa. Ni a ti mismo, algo que no se ve, algo que a los que aman el barniz, no les interesa. Te estoy hablando de tu alma, de tu verdadero ser. Y esto continúa - prosiguió Yanis- hasta que como te pasó a ti, un día el barniz se resquebraja y se cae, ya no queda nada en ti que tenga valor para esta gente, ya no existen, querían de ti el barniz. Pero el barniz ya no está y tu dejas de existir para ellos. Tenemos entonces que llegar a perder esa capa protectora de dinero para darnos cuenta que en realidad, valíamos poco y nada para los otros: se van los socios, se van los falsos amigos que desaparecen tan rápido como aparecieron.
Apesadumbrado, Toulet dijo casi con miedo por la respuesta que podría encontrar: - ¿Pero esto es así para todos?. Quiero decir, a medida que progresamos nos envolvemos con el barniz y ya nadie nos ve como somos. Incluso nosotros dejamos de vernos. Sólo vemos reflejados en nuestro espejo el propio barniz. ¿Y de eso estamos orgullosos?.
Las palabras de Toulet fueron tomando un timbre de desesperación a medida que las pronunciaba y las relacionaba con su propia vida. Y se puso a llorar como un niño. La historia del barniz era su historia, él se había visto reflejado en el espejo y había amado lo que veía.
En algún momento había dejado de cultivar su interior. Y se preguntó qué era él ahora, un hombre de más de 40 años, con poca cultura, engreído, acostumbrado a que lo sirvan, incapaz de hacer la mayoría de los trabajos que sus obreros hacían. Un hombre sin futuro.
De pronto Toulet se encontró gritando:
- Voy a cambiar esto, tendré dinero y no me llenaré de barniz. Tendré dinero y la gente podrá ver en mi interior. Tendré dinero y ayudaré de ese modo a otros que quieran crecer sin barniz. E iba a continuar gritando cuando sintió un tirón en su manga y miró hacia abajo. Yanis le hacía señas de que se bajara de arriba de la fuente, que ya se estaba agolpando mucha gente y que como mendigos corrían el riesgo de terminar presos.
Los siguientes años son fáciles de imaginar, Toulet tenía un ferviente deseo de enmendar lo hecho, y junto a su amigo Yanis proyectó y construyó una escuela donde la gente pudiese perfeccionares en algún oficio y al mismo tiempo cultivar su alma. Y en especial se cuidaba de enseñar que si alguno tenía la suerte de que el destino lo impulsara hacia lo alto, las capas de barniz del dinero no le taparan el alma.
La escuela fue creciendo y cada invierno, cuando llegaba alguna nueva persona a la puerta de hierro y tocaba la campana, Toulet los miraba desde la cálida ventana de su oficina del primer piso y le parecía ver como venían agarrados de la mano del Sr. Frío, que los traía hasta la casa de su amigo Toulet, y luego se despedían, pues en el centro "Toulet", en ese nuevo mundo, el Sr. frío los podía hacer entrar, pero era el calor de muchos corazones unidos, los que mantenía a la gente, en la escuela, aprendiendo a vivir.
Un día, luego de muchos años felices en su escuela, Toulet se sintió flotar arriba de un campo. Estaba en paz y contento y miró hacia abajo a un grupo de gente reunida. Desde ese lugar, los veía con cierto detalle, pues estaba flotando a unos cinco metros de altura. Abajo terminaban de acomodar la tierra y la nieve sobre los restos mortales de un hombre. Luego alguien puso con mucho amor una lápida sobre la tumba y Toulet pudo leer desde lo alto: "Aquí yacen los restos mortales de un gran hombre, que ni siquiera la gran fortuna que llegó a poseer en vida, pudo tapar con capas de barniz su alma brillante. Aquí yace Pierre Toulet, 1872-1957".
Y Toulet se alejó volando suavemente de la escena, dejaba una fortuna, una escuela y una enseñanza. Su misión estaba cumplida.

Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.