LA UÑA QUE LATE

¿Cómo te va? -preguntó Jorge.
- Mal, contestó Carlos.
- ¿Te pasó algo?- Agregó Jorge en forma inocente.
- ¿Si me pasó algo? ,¿Pero vos en que país vivís?, Dijo enfurecido Carlos, y agregó-, Cómo no me va a ir mal-, ¿O vos no estás enterado de como anda la economía, la política.
Carlos hizo una pausa y dijo vencido:
- ¿O vos no lees los diarios?.
- Bueno, no te la agarres conmigo, dijo Jorge, a modo de disculpa, y agregó.
- Yo solo quería saludarte.-
- Entonces saludame de otro modo- , contestó Carlos enojado y se fue de la oficina dando un portazo.
Carlos tomó un taxi y se dirigió a visitar a un cliente.
Mientras viajaba sus pensamientos pasaban de una protesta a otra. Era imposible vivir así. Todo era más difícil de lo que parecía. Ya no se trataba solo del país, la economía, el tránsito, el negocio, ahora hasta los amigos se estaban convirtiendo en un problema. Nada era fácil se dijo, mientras giraba mecánicamente la cabeza de un lado y fruncía los labios.
Era como que le estaba diciendo al universo que "NO", que no se podía ser feliz, que la vida era un laberinto llenos de carteles que le cortaban el paso y le decían "NO".
Así no se puede ser feliz se repitió y cerró los ojos con amargura.
En pocos segundos recorrió su día desde que se despertó. Se vio a si mismo levantarse como un resorte cuando sonó el despertador, mientras se vestía había cambiado dos o tres palabras desagradables con su mujer, y luego al salir apurado de su casa había tropezado con el gato que se había puesto en el porche a esperar el sol de la mañana. Diciendo maldiciones subió a su coche, y vio el parabrisas sucio.
- Tendría que limpiarlo antes de salir -, pensó. pero miró el reloj, era tarde. Carlos nunca tenía el tiempo suficiente.
El taxista frenó de golpe en un semáforo y Carlos abrió los ojos para ver que pasaba, al cerrarlos de nuevo, se vio trabajando frenéticamente mientras fumaba un cigarrillo tras otro.
Carlos sintió una opresión en el pecho y volvió a abrir los ojos. Se miró los dedos de las manos con las típicas manchas de nicotina, y se vio reflejado en la ventanilla del taxi, como en un espejo. Abrió su boca y morí sus dientes que también estaban manchando con nicotina. Observó su cara de un color blanco grisáceo por falta de sol, y su rostro tenso. Indudablemente sus mandíbulas apretadas marcaban como estaba viviendo la vida. Una vida en la cual no tenía tiempo para nada.
Carlos volvió a cerrar los ojos. Para él había quedado muy atrás en el tiempo la época en que tenía tiempo para divertirse, para descansar. Es más se preguntaba si alguna vez iba a poder tener tiempo para relajarse.
- La vida de una persona que quiere llegar es indudablemente muy exigente-, se dijo Carlos a modo de explicación. Con sus cuarenta años se había propuesto llegar a toda costa, a pesar de todos esos carteles en su vida que decían NO.
Carlos abrió los ojos, el taxi estaba llegando a destino. Y sintió que ese día reflejaba un modelo de vida. Sí, que su vida era una repetición de días como este, lleno de problemas, y que al final no había ningún motivo para estar alegre. Si incluso su coche nuevo, nada menos que un Mercedes Benz, había tenido problemas en el service.
Pasaron los meses y Carlos siguió trabajando y protestando y afirmando que en la vida uno no podía ser feliz, es más, no había ningún motivo importante para ser feliz.
Hasta que un día de otoño alrededor del mediodía, un viernes para ser más preciso, el dedo gordo de su mano derecha comenzó a originarle una pequeña molestia. Al principio no pudo identificar la causa, luego prestó más atención y pudo sentir como un pequeño latido en ese dedo. Para examinarlo con más cuidado se puso los anteojos para ver de cerca y le pareció observar como una pequeña mancha de color marrón obscuro en el medio de la uña.
- Nada importante, pensó para sí, pero una mancha que antes no estaba ahí. El sonido del teléfono lo volvió a sus tareas y siguió trabajando y protestando por todo lo que no estaba bien alrededor suyo, y contestándole a todo aquel que preguntaba que él estaba "mal" y agregando con bronca:
- Y como no voy a estar mal, en un país como este.
Fue el domingo cuando no pudo terminar de leer en el diario los graves pronósticos económicos para el siguiente trimestre, por la persistente molestia en el dedo gordo, el latido se hacía cada vez más intenso.
A Sandra, su señora, le llamó la atención que no terminara de leer los diarios, pues Carlos aprovechaba los domingos para leer los cinco principales matutinos del día, buscando de ese modo estar mejor informado de lo que pasaba en el país.
Fue Sandra quién, a la tarde, le insistió para que viese a un médico y terminara enseguida con esa tonta molestia.
Y ahí estaba Carlos en la sala de espera del dermatólogo, sintiendo como el dedo latía persistentemente.
Carlos entró al consultorio, saludó al médico, y éste tomando distancia con las manos unidas atrás de la espalda le dijo:
- ¿Y qué te pasa a vos?-, en un tono metálico e inquisitivo.
Carlos le explicó lo del latido y le pidió que le diese una pomada o algo para terminar con esa pavada del dedo, insistió que fuese algo simple que no le hiciese perder más tiempo del que ya había empleado.
El médico, que pareció no escuchar sus palabras, miró primero distraídamente el dedo, y luego tomo con el seño fruncido una gran lupa y se puso a investigar la mancha. Fue entonces cuando Carlos comenzó a transpirar copiosamente y a ponerse nervioso.
- Que le pasa a este Dr.-, pensó Carlos, -¿Se creerá que haciendo teatro me va a cobrar más caro la entrevista?.
Carraspeó un poco para que el médico se apuraba, pero el Dr. estaba cada vez más interesado en la mancha del dedo.
Pasaron como tres horas en la mente de Carlos pero solo cinco minutos en el reloj del escritorio.
Luego el médico volvió a sentarse, protegido atrás de su enorme escritorio, y con voz grave y mirando para abajo dijo:
- Es probable que esto esté causado por un Esterrip Causalis o por un Traupic Terrebil, y en ese caso no sería nada porque preocuparse, pero por las dudas le voy a pedir que se haga una serie de análisis.-
Y el Dr. sin levantar la vista comenzó a escribir varias hojas de instrucciones.
Carlos protestó:
- Pero Dr. si se trata de uno de esos Esterrip no se cuanto o un Traupic o como se llame, porqué no me da una pomada , o una gragea y listo y terminamos con este tema, e insistió que él no tenía tiempo para perder.
Esta vez si el Dr. levantó la vista y lo miró fijo a los ojos, y le dijo:
- Sr. Carlos, usted es un hombre grande y tiene que entender que hay un 99 % de probabilidades que sea un Esterrip Causalis o un Traupic Terrebil- , y cambiando la voz a un tono casi inaudible agregó:
- Pero hay un 1 % de probabilidades que sea- , hizo una pausa, -que sea otra cosa y en ese caso es mejor atacarlo de inmediato antes que comience a propagarse-.
Hizo otra pausa y dijo como para querer convencerse más a el mismo que a Carlos.
- Pero no se preocupe seguro es un Esterrip o un Traupic, seguro...-.
Carlos tenía la cara totalmente blanca cuando salió del Consultorio.
Cuando puso la llave en la cerradura de la puerta de su casa se dio cuenta que recién eran las tres de la tarde y que a esa hora tendría que haber estado en una reunión de negocios en la otra punta de la ciudad.
Carlos, que nunca llegaba a su casa antes de las nueve de la noche, ahí estaba, sentado en el living y mirando a la pared con una mirada perdida, mientras una sola cosa daba vueltas dentro de su cabeza:
- Hay un 1 % de probabilidades que sea algo grave, algo grave-.
Era como que todos los problemas de Carlos hubiesen desaparecido de su vida, como si se hubiesen ido asustados con ese uno por ciento de probabilidad, por esa uña que latía con una causa que podía ser algo grave.
- Dios Que no sea nada, que no sea nada-, se repetía en voz baja.
Cuando se escuchó, se asombró, pues desde aquella vez que era chico y se había perdido no le había pedido nada a Dios.
Cuando Sandra llegó a las siete de la tarde se preocupó mucho. Primero por encontrarlo a Carlos en casa tan temprano y segundo por su cara desencajada y su postura corporal. Estaba totalmente encorvado. Cuando Carlos le contó lo sucedido, Sandra tomó su mismo color de piel y su misma postura corporal. Ese día sin quererlo lloraron juntos, por lo que podía llegar a significar la mancha en el dedo, pero ninguno le dijo al otro porqué lloraba.
Al otro día Carlos se realizó todos los análisis. Ese día no trabajó y se pasó gran parte de la tarde mirando a su gato que recostado contra el ventanal tomaba el suave sol del otoño sin parecer estar preocupado por nada.
Al otro día se levantó tarde, y no fue a trabajar, luego de almorzar fue al centro de diagnósticos, retiró los resultados y como un autómata se dirigió al consultorio del médico.
Los ruidos de la calle, las palabras de la recepcionista del médico, y lo que le decía el Doctor. cuando lo hizo pasar, le llegaban de un lugar muy lejano y era como que no podía escucharlas.
Le entregó el sobre al Doctor, éste se sentó con aire muy serio y con el seño fruncido, se puso los anteojos, tomó el cortapapeles de plata, abrió el sobre, y muy despacio empezó a leer para sí.
Carlos estaba sentado delante del verdugo, totalmente vencido, era como que había envejecido diez años en esos pocos días. Ahí estaba él con la cabeza inclinada hacia delante esperando el hacha del verdugo. Y el verdugo comenzó a hablar:
Carlos no entendía las palabras, ni se preocupaba por entenderlas, al final de cuentas a quien le puede importar el contenido, los detalles, de su propia sentencia de muerte.
Y siguió ahí sentado, sin poder ver, y sin poder escuchar a su verdugo, hasta que una palmada en el hombro, pegada muy fuerte, volvió a conectarlo con la realidad y le hizo escuchar estas palabras:
-Vió que no había de que preocuparse, era un Esterrip, como yo le decía.-
Luego de esto el Doctor , que en algún momento se había levantado de su silla y rodeado al escritorio para palmearlo, volvió a sentarse y le recetó una simple pomada y le dijo que el latido era consecuencia de la infección y que se le iría en no más de cuarenta y ocho horas. Luego lo miró con lástima y tomando de un cajón de su escritorio un frasco gris, le aplicó la pomada y le vendó el dedo.
Carlos salió flotando del consultorio, tenía una sonrrisa tan amplia en el rostro que la gente se detenía por la calle para mirarlo. Incluso alguién le grito enojado desde un coche:
-Se puede saber de que te reis, pero vos no lees los diarios?¿En que país vivís infeliz?-
Y Carlos siguío flotando feliz. Mientras caminaba las treinta cuadras que lo separaban de su casa, se permitió sentir el sol de la tarde en su cara, y hasta la suave brisa cargada de perfume que venía de la plaza.
Cuando llegó a su hogar abrazó a su mujer y lloraron juntos de alegría, ninguno dijo porqué.
Esa tarde desconectaron el teléfono, el televisor no se encendió y felices como chicos se pusieron un rato a descansar abrazados al lado del ventanal. Al gato le sorprendió que le hubiesen usado su lugar, y luego se acurrucó al lado de ellos. Juntos se quedaron mirando el cielo hasta que el sol desapareció del horizonte.
Luego Carlos y Sandra tomados de la mano, pues parecía que no querían soltarse por nada, se fueron a su dormitorio. Cualquiera que hubiese podido escuchar las risas y las voces alegres que salían de esa pieza se hubiese preguntado:
-¿que pasa en esta casa?, ¿quizás este matrimonio se ganó la lotería, quizás el marido cerró un contrato millonario?, u otros muchos quizas.
Lo que nunca se hubiesen imaginado era que la causa de tanta felicidad era la uña que había dejado de latir.
A veces cuando me sorprendo con el seño fruncido y protestando por lo que pasa alrededor mío me pregunto:
- ¿Será realmente necesario que me empiece a latir una uña para poder darme cuenta donde está la verdadera felicidad?.

Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.