VOCECITA

Era temprano, había llovido y el piso de la vereda todavía estaba mojado. John salió de su casa esquivó los charcos y se dirigió hacia su trabajo.
Al llegar a la esquina de la séptima avenida, las sirenas de los vehículos le llamaron su atención y se detuvo.
En el medio de la calle estaba un enorme y negro pájaro parecido a una Garza. El ave trataba de liberarse de una pegajosa mancha de petróleo en la cual había puesto sus patas. Algunos de los conductores de los vehículos que pasaban por ahí aminoraban su marcha para mirar la curiosa escena, entorpeciendo y atascando el tránsito.
No había pasado más de un minuto desde que John se había detenido, como los otros curiosos, en el borde de la vereda, cuando una vocesita que provenía de lo más profundo de su mente le dijo suavemente:
- John, por favor, déjate de pavadas, vas a llegar tarde a tu trabajo-
John inmediatamente se puso a caminar, también los otros curiosos empezaron a dispersarse. Pero todos se dieron vuelta a mirar cuando, en pocos segundos, un vehículo de S. y P. se deshizo del pájaro, convirtiéndolo en un montón de plumas sin sentido que volaban por el aire. Y el tránsito volvió a circular rápido y seguro.
John siguió caminando mientras pensaba que vivía en una ciudad realmente segura: se podía caminar tranquilo por las noches, no había robos, no había crímenes, no había policías. Estos no hacían falta pues todos se comportaban de acuerdo a la ley. Solo existían P. y S., el sistema de Paz y Seguridad creado hacía más de treinta años, como respuesta a la Gran Crisis .
Cuando John era pequeño, su padre le había contado de la gran crisis del 2000. A John le parecía recordar todavía sus palabras:
- Hijo, esa fue una crisis enorme, no solo estuvo en peligro nuestra familia, sino toda la humanidad- le había dicho y siempre agregaba que -gracias a "ciertos descubrimientos científicos" se había podido superar el desastre-.
John dobló por la esquina de la quinta avenida y pensó:
- Qué curioso. Nunca pude saber cuáles habían sido esos descubrimientos- , y agregó para sí: - Pero los resultados estaban a la vista: paz, seguridad-.
- Y al fin de cuentas no me corresponde a mí analizar esos temas, yo soy un operario y cumplo con mi trabajo- se afirmó con seriedad.
- Todo estaba muy bien en mi mundo- agregó, frunció el ceño, y siguió caminando con paso más rápido, mientras se concentraba en repetirse mentalmente una frase:
- Paz, seguridad.-
Estaba tan absorto en sus pensamientos que se tropezó con un rehabilitado, haciéndolo caer al piso.
- No lo vi,- le dijo John , con voz queda, a modo de disculpa y siguió caminando.
Era fácil distinguir a los rehabilitados en los primeros días posteriores al tratamiento. El clásico vendaje rojo que les tapaba la cabeza totalmente rapada hacía como de faro indicador de su condición.
John estaba realmente maravillado del desarrollo de la humanidad y de los avances de la ciencia, y veía con orgullo como los pocos inadaptados que surgían, eran llevados de inmediato a un centro de tratamiento y rehabilitación. Volvían a las pocas semanas totalmente recuperados.
- No en vano estoy en el año 2035- pensó mientras sacaba pecho y esperaba la señal del semáforo para cruzar la calle.
Esa noche, al volver de su trabajo, John entró a un bar para tomar algo fuerte. Había tenido un día muy difícil y se sentía muy solo.
- Voy a pedir un Whisky- pensó.
- Sabes que no debes tomar alcohol los días de semana. No es bueno ni para tu salud, ni para tu trabajo- le dijo una vocecita en su interior en tono de reproche.
A la noche, en la soledad de su cuarto, John sintió un calor enorme que se desparramaba por todo su cuerpo, se sentía como un pedazo de hierro sobre el intenso fuego de la fragua.
- Voy a bajar a la calle y a tomar por la fuerza a la primer mujer que se cruce en mi camino- pensó excitado.
- Eso no es bueno para tí. Además no está permitido, eso va contra las leyes- le recordó su vocecita interior.
Asintió para sí, se sonrió de sus torpes pensamientos y se dio media vuelta, mientras su cama crujía en señal de aprobación.
Al rato se quedó dormido.
John volvió a salir a la mañana para su trabajo. A las 11 miró el gran reloj rojo en la pared de la fábrica, se distrajo y cometió un error.
- Torpe, eres el mismo inútil de siempre, presta más atención en lo que haces o te echarán del trabajo- le dijo ásperamente la vocecita en su interior.
-Mi vocecita tiene razón- se dijo, y recordó que no hacía más de una semana que habían echado a Paul por un error parecido.
-Tengo que concentrarme en lo que hago- se repetía constantemente.
El resto del día John puso el máximo de empeño en lo que hacía y se quedó trabajando hasta muy tarde para compensar "el error".
Las negras botas de cuero retumbaron sobre el piso de los corredores. Esos pasos solitarios estaban llevando a Eric a su trabajo.
Eran las 11 de la noche.
Eric se detuvo y controló el número en el cartel de la puerta. Decía: "P.y S. Puesto de control Nº 23406".
Puso su tarjeta de ingreso en la ranura y cuando la luz verde se encendió, entró al cuarto de control, era la hora de cambio de guardia.
Samuel se levantó y le cedió los controles del Gran Panel.
Ahí y a través de los 7 circuitos y pantallas de video se podía ver y escuchar lo que sucedía en la vida de siete personas por separado.
Sobre cada pantalla de video, había un pequeño cartel gris con la foto y el nombre del "controlado".
Eric miró como siempre el cartel luminoso de la pared. Era como que necesitaba recordarlo diariamente antes de empezar a trabajar. Decía:
Ud. tiene ante sí la vida de siete personas, y su obligación es, a través del sistema, ayudarlos a vivir correctamente.
Eric se sentó y empezó el chequeo de rutina, justo en ese momento la luz roja del video que monitoreaba a John se encendió.
Eric y Samuel prestaron atención a la pantalla: John se dirigía de nuevo al bar.
Samuel cansadamente se acercó al micrófono.
- Sabes que no debes ir al bar, mañana tienes que trabajar - dijo suavemente. . John dudó. Luego dio media vuelta y se dirigió tristemente hacia su casa.
Eric miró a Samuel y dijo haciendo un gesto negativo con la cabeza:.
- Es inútil, John ya no responde como antes, va a ser necesario llevarlo al hospital y cambiarle la batería del chip que controla su cerebro-.
- Me parece innecesario hacerlo pasar por ese sufrimiento.- contestó Samuel de inmediato, y agregó en tono de propuesta:
- Esperemos un poco más a ver si se recupera por sí solo-
- ¿Quieres violar la ley? Gritó Eric fuera de sí. Se dio vuelta, miró directamente a los ojos de Samuel y agregó en voz baja, como un padre que luego de dar una cachetada al niño quiere que este comprenda algo:
- Tu sabes que a todos los seres humanos se les cambia las baterías del control cerebral a la menor falla.-
Samuel bajó los ojos y asintió tristemente con la cabeza.
De pronto Samuel tomó consciencia de lo que había dicho y comenzó a transpirar copiosamente.
Una sola idea había quedado girando locamente dentro de su cabeza:
- Qué podría suceder si Eric, en su reporte diario informaba de esta conversación a las autoridades de P. y S. Podrían llegar a internarlo, ser un ser humano más con el vendaje rojo en la cabeza.-
Durante los siguientes segundos Samuel buscó de recuperar el control de sí, mientras sus manos se movían temblorosas. Se dio cuenta que todavía tenía el micrófono en su mano derecha. Quiso apoyarlo sobre la mesa. No pudo. El micrófono cayo sobre el piso de metal provocando un ruido ensordecedor en los parlantes.
Me desperté sobresaltado, miré temeroso el almanaque sobre la mesita de luz: 1985, respiré tranquilo: había sido un sueño. Ese mundo no existía, esa voz en el interior de las personas no existía. Miré por la ventana, el sol recién asomaba por arriba de los edificios y comenzaba a envolver a la ciudad con sus cálidos rayos.
- Voy a dormir un poco más- me dije mientras me giraba hacia el otro lado de la cama.
Justo en ese instante una vocecita en mi interior me dijo suavemente:
- Levántate ahora mismo, vas a llegar tarde a tu trabajo-.
Ese sueño y la vocecita en mi interior al despertarme me dejó pensando durante mucho tiempo.
Fue varios años después que descubrí que en mi cabecita había muchas vocecitas, una sola era la verdadera. Algunos la llamaban el Yo superior, o la mente superior. Las otras vocecitas, las falsas, aparecían de improviso en mi mente, y muchas veces era difícil distinguirlas de la verdadera.
Eran como grabadores que se encendían bajo ciertas circunstancias y me repetían un mensaje grabado hacía quizá más de 30 años, sin que yo tuviese el menor control sobre él, ni pudiese evitarlo.
Mensajes que contenían advertencias, consejos y a veces órdenes que yo cumplía automáticamente, sin el menor análisis. Estos mensajes, estas vocecitas, habían sido útiles, válidas y vitales en cierta etapa de mi vida, pero que ahora había que eliminar, para crecer.
Y aquí estaba yo a los 45 años, sentado frente a mi escritorio. Lleno de obligaciones, recordando una vez más este sueño, y hablando solo respecto a las voces que había en mi interior.
- Mensajes válidos para un chico de 7 ó 14 años, pero no para un adulto- me repetí varias veces como queriendo sintetizar una idea. - Podría escribir un cuento sobre esto, y quizás aclarar lo que significa para mí- pensé entusiasmado, mientras tomaba papel y una lapicera, -y lo llamaría "Vocecita", agregué feliz.
Ya iba por el tercer renglón cuando una vocecita en mi interior me dijo:
- Dino, déjate de tonterías: No eres bueno para escribir, eso es para otro,- y agregó:
- Ponte a trabajar con tus obligaciones, ya tendrás tiempo para divertirte.
Dejé de inmediato de escribir, tiré al cesto el papel. Parecía el peor de los ladrones queriendo ocultar la prueba del delito.
Luego entristecido tomé unos informes comerciales que tenía para analizar sobre mi escritorio.
En ese momento desde de lo más profundo de mi ser, como si fuese un altavoz que me dejó vibrando, surgió una voz muy dulce que me dijo en forma risueña:
Dino, lo que te dijo la vocecita anterior era un mensaje válido para un chico de 7 ó 14 años, pero no para un adulto.
Y me puse a escribir el cuento.

Autor: Dr. Dino Ricardo Deon.